La guerra contra el crimen organizado y entre el crimen organizado en México causa todos los días decenas de muertos, heridos y desaparecidos.
Las autoridades parecen no entender nuestro miedo. Miedo del tamaño humano que se ha quedado en nuestras vidas.
Miedo que nos ha metido en un callejón sin salida.
Buscamos una brecha para escapar y, sin embargo, regresamos al mismo camino.
Todos los días se suman nombres en las lápidas.
No es ficción, es la vida real.
¿Cuántos meses más de muertes? ¿Cuántas víctimas más?
Dicen las autoridades que no debe politizarse la crítica.
Las autoridades no deberían descartar el hastío temeroso de los mexicanos como si fueran cosas de la política, en lugar de ser cosa de vida o muerte.
Vida o muerte del hijo, esposa, madre o padre.
La autoridad no quiere entender que los criminales organizados azuzan a un pueblo descontento.
En las últimas semanas han ocurrido hechos esenciales dignos de análisis.
En medio del desorden se abrió una nueva historia y nadie imaginó cómo. O tal vez sí, pero por años lo encubrieron.
Es la rebelión de los que quieren robar y se sienten con el derecho de hacerlo.
Se abrió un nuevo frente y nadie imagina el derrotero que habrá de seguir.
Ni la enérgica condena, ni todo el peso de la ley, ni haber instrumentado un operativo de estado ni el grupo de coordinación contra el robo de combustibles terminarán con la gravedad de este delito que va más allá de cualquier presagio.
Ya suman 10 muertos. La historia se está escribiendo.
Milonga: me pregunto: ¿no será que esta nueva batalla comenzó cuando inversionistas extranjeros, enterados de que el robo de combustible en México es de 20 mil millones de pesos al año y que la gasolina sustraída regresa a las franquicias de Pemex, no están dispuestos a ser robados, están presionando y marcando sus condiciones?
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