Ya he escrito sobre los ciclistas y los males que acarrean. Creo que es buen momento para retomar el tema, en plena contingencia ambiental y luego de sobrevivir en pocos días a dos idiotas sobre cuatro ruedas, dos cada uno. Primero, el lunes. Lentos mis reflejos por el fin de semana, específicamente por una comida generosa en vodka, cruzo Patriotismo con mis hijos sólo cuando reconfirmo que el semáforo de peatones está en verde: el seguro médico lo estoy reservando para el primer infarto o la prostatitis. Respetan las luces los tráileres, los coches y hasta las motos. Casi llegamos a la otra orilla cuando, como si el Dios de los clichés lo hubiera enviado, un tipo con barba y Ecobici amarra los frenos para no atropellarnos.

 

“No mames, Patán”, me dice con verdadero desprecio. Para redondear el cliché, lleva un perro adoptado que me ladra. No sé si la superioridad moral le viene del perro salvado o de estar salvando al mundo con la bici; sé que es tan irresponsable con uno como con otra. El perro llevaba botitas de lana. Eso me hace pensar que tal vez la humanidad merezca extinguirse.

 

Miércoles. Camino por mi barrio, la Escandón. Es inaudito, pero vuela frente a mí, a centímetros, una bicla que sale de la sucursal de un banco, sin voltear. Así: de la puerta de entrada. El tipo es musculoso, va rapado y tiene ojos claros. Frena antes de golpear a un coche, a media calle. Le pega al cofre con la mano. Son privilegios de los que salvan al mundo, ya les digo.

 

¿Les son familiares a los lectores estas escenas? Los peatones somos víctimas cotidianas y me parece que cada vez más frecuentes de los chicos de los pedales, que –y sé que aquí vienen los improperios– suelen estar convencidos de que la bici, por aquello de que no contamina, está por encima de las reglas. Es una tristeza. La cultura de andar en bicicleta por las megaurbes es de verdad importante, no digamos en una ciudad como ésta, rebasada por los coches y víctima crónica de arterioesclerosis por las marchas y plantones. Apoyo sin condiciones los domingos de ciclistas en Reforma o Patriotismo, las Ecobicis, que los ciclistas puedan meter su vehículo al metro.

 

Y por eso, porque lo apoyo, porque es importante defender esa cultura, y más: fortalecerla, me parece que los infinitos idiotas que circulan esta ciudad como microbuseros sin gasolina, impunes, gandallas, pero plenos de superioridad moral, amenazan con volverse una de las tribus urbanas más dañinas: porque dañan a su causa como nadie. Porque te hacen morir de ganas de subirte al coche.

 

aarl