Los recuerdos son baúles custodiados por la historia, ésa que nos hace más auténticos, más humanos. Porque la historia de cada uno crece y se enriquece a lo largo del tiempo escondiendo secretos y a veces infidencias. Pero todo ello nutre el alma y hace del ser humano la plenitud de su existencia.

 

Tengo el honor de ser periodista y de empaparme de historias que todos los días me hacen crecer. Tengo recuerdos de la infancia con un marchamo en el alma. Todo ello ha configurado mi personalidad.

 

Pero hay recuerdos que calan más que otros; recuerdos que los atesoras y te los llevas a la tumba; recuerdos que sólo conoce tu alma y tus propios recuerdos. México está entre ese selecto grupo de armonías que suenan permanentemente en mi recuerdo por un país que lo siento mío y muy mío, desde las simas del alma.

 

Para ser un ciudadano de un país no es necesario tener un pasaporte que lo acredite. Yo no tengo pasaporte mexicano, no nací en México, pero me ha dado tanto amor, tanta oportunidad que no puedo sino bendecir todos los días el sentirme mexicano. Y porque me siento mexicano, me duele lo que ocurre. Pero me duele más la imagen que los mexicanos proyectamos al exterior.
He tenido que hacer puntualizaciones a muchos mexicanos que venían a España a vacacionar. He tenido que hacerlo porque no hablan precisamente bien de nuestro país. No es un acto muy patriota dar una mala imagen de México.

 

Recientemente asistí a una comida en la que había más de 40 comensales, entre ellos un joven matrimonio mexicano. Entre vinos y tequilas, la pareja monopolizó la conversación describiendo un México aletargado, bélico, oscuro, corrupto; un México para no visitarlo nunca. Tras una larga hora en la que los comensales bombardeaban a preguntas para saciar su morbo y alimentar su miedo, no pude más y tomé la palabra.

 

Fui elegante, pero contundente. Les dije que no se puede hablar tanto de corrupción en México cuando en España un día sí y otro también nos desayunamos con nuevos casos de corruptelas. Tanto es así que la corrupción está haciendo que se tambalee el gobierno de Mariano Rajoy.

 

Por supuesto que hay inseguridad en México; pero hay que tomarlo con distancia y más cuando hay un océano de por medio.

 

México tiene más de 120 millones de habitantes. De Chetumal a Tijuana hay siete horas de vuelo, las mismas que de Madrid a Damasco, en Siria. Que un español no viaje a México por la inseguridad es igual que un mexicano que no viaje a Madrid por la guerra de Siria. Porque sí, hay muchas zonas potencialmente peligrosas, pero de ahí a aseverar que todo el país es una zona de guerra, hay un largo trecho.

 

Desconozco si algunos de los mexicanos que visitan España y despotrican de su país se dan cuenta del daño que le están haciendo. Solamente en el sector turístico México han alcanzado unas cuotas relevantes, a pesar de la mediocre gestión del secretario De la Madrid.

 

Despotricar de México es ahuyentar a los turistas; y eso no puede ser, entre otros motivos porque un turista puede estar seguro en México. Es más, yo me siento seguro cada vez que voy. Tengo dos hermanos que viven en esa nación y toda mi familia política.

 

He recorrido, no sé cuántas veces, la República, y salvo dos estados que todavía no he tenido oportunidad de conocer, el resto lo he descubierto de arriba a abajo y ¿sabes qué, querido lector? Que me encuentro con 32 Méxicos cálidos, exuberantes, humanos, brillantes, donde el concepto de la amistad se categoriza a la hermandad, donde uno se siente de allá, y se siente de allá porque se identifica como un mexicano más, donde los recuerdos son baúles custodiados por la historia, por mucha historia, la historia común, porque nos unió la solidaridad de la Guerra Civil y también antes, y también después, y también en el futuro y para siempre jamás como en un cuento de hadas.

 

Por eso amo a México. Lo llevo tatuado en mi alma. Ese amor, ése es de verdad.

 

aarl