Doce en punto, la masa se concentra en la plancha de la Plaza de la Constitución. Cientos de personas aguardan a una señal unánime; las mantas, carteles, panfletos y banderas ya se alzan sobre la población que se ha dado cita con un solo objetivo: formar parte de esta manifestación (organizada a través de las redes sociales) en contra del candidato del PRI-Partido Verde, Enrique Peña Nieto.
Luego de media hora de espera, los altavoces dan la señal: inicia la marcha con rumbo hacia el Ángel de la Independencia. El contingente marcha sobre la calle de Madero y el tumulto de voces ya resuena sobre las calles del Centro Histórico; las consignas no se hacen esperar. Los gritos matizan el río de gente que ya comienza a acentuarse.
De los negocios de aquella vía tan famosa sale la gente observar un espectáculo sin precedente. Las tienda están vacías, nadie compra, todos salen a mirar a esa masa enfurecida que se une el grito de “ni un voto al PRI”.
El ambiente es más que familiar; hay hombres, mujeres, ancianos, niños en brazos; el 80 por ciento son jóvenes, una marcha de jóvenes que intentan demostrar su repudio al candidato tricolor. Éste es el México que no forma parte de las encuestas.
Llegan las porras de la UNAM, del Politécnico, de la Iberoamericana, del ITAM; las universidades dejan de lado el descontento entre ellas y unen sus banderas.
Se cruza el Eje Central y se llega hasta donde la Alameda, lugar en el que aguarda un grupo de charros con acompañados de grupo banda que dan voto de confianza a la marcha.
Los personajes no se hacen esperar: máscaras de Peña, de Salinas, de Elba, de Moreira; de la mofa no se salvan Azcárraga Jean y Salinas Pliego. Por qué no, el rostro universal de Anonymous también tiene vela en este entierro.
El paso del contingente se detiene al llegar a Bucareli y Reforma; el grito es uno solo: encuestas vendidas.
No se trata de una marcha del silencio, nadie quiere quedar callado, todos tienen algo que decir y lo dicen, lo gritan.
Se escuchan los tambores, tambores batientes que abren paso al mar de gente. Aplausos, rechiflas, puños en alto; conductores que, pese a la molestia por verse varados en el tráfico, apoyan la causa con el claxon.
Todos están implicados y los que no son invitados a unirse. “Dejen de grabar, pónganse a marchar”; algunos lo hacen, otros, los más, sólo corean, pero sienten la energía de un pueblo que se desborda en las calles de su país, un país que no quiere tener de vuelta al partido tricolor.
Claro, la gente mayor lo vivió y comienzan las anécdotas. “Yo sé lo que es el PRI y no lo quiero volver a ver gobernando”, grita una mujer. El clamor encuentra eco en la gente y es aplaudida.
Los medios de comunicación intentan captar la escena; micrófonos, cámaras, los reporteros corren y se cuelan entre la gente para tomar el mejor ángulo, no quieren perderse ni un detalle. Pero los detalles están ahí, en todos lados, en los edificios de cuyas ventanas salen manifestaciones de apoyo al contingente.
La marcha AntiPeña no es un evento improvisado; los asistentes (cuya invitación encontraron en la red) lo saben y están consientes que su grito llegará hasta donde pueda ser escuchado. Las autoridades aguardan a los costados; algunos uniformados se ponen en guardia, están a la espera de cualquiera desorden público. Mas no lo hay, ése fue el pacto: cero violencias.
La marcha se encamina a Reforma; el calor a tope (ni una sola nube en el cielo) no impide que el aglomerado deje de gritar, de abuchear, de insistir en una sola cosa: impedir que Peña Nieto llegue a Los Pinos.
“Las encuestas están aquí, no en las televisoras; que salgan y observen la opinión de la gente”, vocifera un pequeño grupo de mujeres activistas.
Los asistentes a la Feria de las Culturas Amigas miran atónitos a la juventud desbordada, nadie se esperaba la asistencia de tan enorme número de manifestantes.
Ya llegamos; el Ángel de la Independencia da la bienvenida a la marcha, a los jóvenes del país. En el lugar aguardan cientos de pancartas; algunos miembros del SME se unen, ya perfilan su voto a cierto candidato, al de las izquierdas.
Claro, no falta quien lanza un grito en apoyo a López Obrador, pero nadie hace coro; esta manifestación es en contra de un candidato, no a favor de un partido. La pequeña manta de Morena se despliega pero de inmediato es retirada, no tiene cabida en el acto.
Cerca de las dos de la tarde los indignados mexicanos abarcan por completo el perímetro del Ángel, y comienza aquí la efervescencia: banderas, gritos, consignas. México está en las calles y quiere fuera de la contienda a Peña.
El himno nacional mexicano se entona y todos cantan; ése es el país que nadie conoce pero que existe, fuera de los reflectores, fuera de los estudios de televisión, fuera de la escena pública.
De pronto una megapantalla muestra escenas del operativo en Atenco, hecho histórico en el que se dejó ver, señalan algunos asistentes, la tiranía con la que el PRI se rige; “es el PRI que no queremos en Presidencia”.
Detrás de una manta que reza “guácala Peña Peña, no no no al PRI”, se encuentra una comunicadora que de inmediato es asediada por las cámaras y los micrófonos: es Denise Dresser, quien se une al clamor de la gente y grita y repudia al candidato priista.
Denise deja de ser un personaje público y se convierte en una más de esta manifestación. A pregunta expresa, la periodista mexicana asegura que esta manifestación se concentra en “la convocatoria de espíritu antipriista”; se trata, dijo, de “una manifestación en contra del status quo”.
Eso es lo que es: una marcha en contra de lo que ha regido por años. Se trata no de acarreados (dicen los asistentes), sino de gente consciente de la situación política de su país y comprometida con el futuro del mismo.
Los que creían que no se trataría más que de un acto multitudinario, se han equivocado. Se trató de una manifestación cuya conformación no quiere ver con la banda presidencial al candidato del PRI, al candidato polémico (ora por sus reiterados errores, ora por sus nexos directos con la cúpula política y también con los círculos televisivos del país), al candidato del copete.
La prole llega a este punto y la manifestación concluye, pero el sentimiento de repudio no termina aquí. El compromiso empieza y el resultado se verá en las urnas.