Vaya, parece que al final el Presidente estadounidense, Donaldo Trump, ha encontrado un amigo.

 

Cuando el 14 de julio pasado, Día de la Fiesta Nacional de Francia, Trump fue a París como invitado de honor a los desfiles patrios, la sintonía entre él y el nuevo Jefe del Estado francés, Emmanuel Macron, se hizo palpable.

 

A Trump le vino Dios a ver. Necesitaba un aliado; tener un interlocutor válido entre Estados Unidos y esa Europa que Donaldo Trump desprecia, pero con la que no le queda más remedio que entenderse. No hay más que recordar, cómo le negó el apretón de manos a la canciller alemana, Angela Merkel, la gran estadista de Europa, una de las primeras ocasiones en las que se vieron.

 

Resulta paradigmático cómo dos personalidades tan distintas pueden llegar a entenderse. Macron es un hombre joven, culto, cosmopolita, políglota, un hombre con una visión cosmogónica del Estado. Trump es rústico, exagera con su incontinencia verbal y es una persona que ve a su país como una de sus múltiples empresas.

 

Por primera vez, el agua y el aceite se han unido; la elegancia, con la ordinariez y la erudición, con la incultura. Y es que, en esta vida la incompatibilidad sólo existe en la mente del ser humano.

 

Sin embargo, nadie da algo a cambio de nada. Macron, que ha demostrado ser un maestro de la política global, también necesita a Estados Unidos. En primer lugar, porque su interlocución con Trump le hace más que un simple vocero. Se convierte en el líder europeo “hiriendo” al eje franco-alemán que ha servido por muchos años, a pesar de las rivalidades que han tenido.

 

Pero ésta es la parte formal. Esta amistad, casi demandada, donde Trump se atrevió a decirle a Brigitte Macron, primera dama de Francia, que estaba preciosa y en plena forma física, y se lo dijo nada menos que delante de la tumba de Napoleón, uno de los símbolos más sagrados de Francia, hace de Trump una persona sumamente corriente. Macron tuvo que aguantar las formas, a pesar de lo ordinario de su homólogo. Trump no conoce esa palabra; Macron sí.

 

La influencia histórica de Francia en el Sagel y el Magreb –que aglutina todo el norte de África, con más de 10 países y un inaccesible Sahara– se está perdiendo por las constantes guerras civiles y tribales y, sobre todo, por el poder que tienen Al-Qaeda del Estado Islámico y el DAESH. Los dos potentes grupos terroristas tienen esta inmensa zona como lugar de influencia en detrimento de una Francia que no ostenta tanta musculatura militar, a pesar de los soldados que están desplegados en esa parte de la tierra.

 

Francia necesita de la inteligencia estadounidense, de sus satélites para poder neutralizar al enemigo. Por eso pidió una resolución en Naciones Unidas. Buscaba la creación de todo un operativo de la Unión Africana para poder ayudar a Francia. Estados Unidos lo vetó. Por eso, ahora más que nunca, Macron necesita de Trump, además de que ambos países están decididos en acabar con el terrorismo islamista.

 

El Presidente francés no da puntada sin hilo. Donaldo, mientras tanto está feliz… por haber conseguido un amigo.

 

caem