Los más espantados con la queja presidencial por el bullying que se hace desde la sociedad civil en contra de las instituciones policiacas fueron los puristas de la lengua que no pueden creer que el Jefe del Ejecutivo no haya encontrado una palabra en el castellano para expresar su desazón con los que lo critican.
Pero que no se enojen; una lengua viva debe ser capaz de incorporar neologismos, y más en estos tiempos en que la velocidad de los avances tecnológicos ha obligado a la castellanización de toda clase de términos básicamente en inglés.
Ahora, hasta estas nuevas palabras merecen precisión en su uso. El bullying se ha aceptado como el acoso en el ámbito escolar; no tanto describe las críticas de una sociedad duramente golpeada por la criminalidad en contra de la falta de resultados de sus cuerpos policiacos.
En todo caso podrían experimentar en la casa presidencial con el término mobbing, que se refiere más a un acoso en materia laboral.
En fin, si damos por bueno aquello del bullying para cuestiones políticas, pues habría que emplearlo para describir a un auténtico bully. La manera como el Presidente de Estados Unidos y su equipo presionan a México en la renegociación del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), eso es bullying.
El acoso que emprenden los funcionarios de la Casa Blanca cada vez que se acerca una nueva ronda de renegociación entre México, Estados Unidos y Canadá es algo que está escrito en los libros de Donald Trump.
Tiene auténticos manuales para el buleador (por darle gramática castellana al término), y si no le gusta leer, ahí están los capítulos de su programa de televisión The apprentice, donde daba clases de maltrato y acoso a sus alumnos, aspirantes a empresarios.
Ahora, a este acosador, y pandilla que le acompaña, hay que tomarlo en serio, porque está claro que hay en el personaje un componente sociopático en el que no se miden las consecuencias de los actos y pueden destrozar la relación trilateral.
Cuando Wilbur Ross, secretario de Comercio de Estados Unidos, dice que sería devastador para México terminar con el TLCAN; hay que tomarlo en serio. Es un análisis-advertencia que hace, y al que no le falta razón.
México es un país altamente dependiente de Estados Unidos; ellos lo saben y abusan de esa realidad.
Es una forma de presionar a México para que mejor acepte las migajas que ofrece Donald Trump a sus socios a cambio de no devastar a nuestro país con su decisión de abandonar el acuerdo.
Es una amenaza que nos hace ver que está en manos de Donald Trump devastar a su vecino del Sur con una simple decisión ejecutiva.
Esto sí es bullying, y del peor. Y con todo no debería haber alguna queja presidencial, como sí la hubo con la sociedad civil y los problemas de inseguridad.
Pero, bueno, es el estilo de negociar de Trump, por lo que hay que aguantar al acosador porque efectivamente puede haber efectos devastadores para México sin el TLCAN.