Hasta entonces, Perú sólo podía conjugar el verbo futbol en pasado.

 

Pasado muy remoto con la disputa que mantiene con Chile por la propiedad de ese remate de espaldas que, aseguran, no debe ser llamado chilena habiéndose inventado mucho antes en el puerto peruano del Callao por estibadores descendientes de esclavos africanos.

 

Pasado más reciente, aunque cada vez más lejano, con la camada de futbolistas que le convirtió por muchos años en la tercera fuerza del continente, sólo detrás de Brasil y Argentina (incluso, a ratos por delante de los albicelestes, como en México 70 del que los privó).

 

Tres nombres destacaban con diferencia en esa generación: el imponente capitán Héctor Chumpitaz, el muy talentoso mediocampista Teófilo Cubillas y el habilidosísimo delantero Hugo Sotil.

 

Por ello, cuando a principios de 2005 se acercaron en el calendario tres visitas de equipos mexicanos a Perú para Copa Libertadores y me fue asignada la cobertura, no dudé cuál debía ser el primer reportaje: hablar con esos tres titanes.

 

Asunto sorprendentemente sencillo porque, hay días de suerte, ese viernes se reunían varios ex seleccionados a jugar un amistoso en el que intervendrían tanto el Jefe Chumpitaz como el Nene Cubillas. Sólo faltaba integrar al encuentro al Cholo Sotil, quien suficientes dificultades tenía para caminar distancias largas como para participar en el partido. En cuanto avisé al ex delantero que sus dos compañeros irían, sin mayor reparo accedió a sumarse.

 

Así, entrevisté a las tres máximas glorias del futbol peruano en una cancha humilde de las afueras de Lima, rodeados por el ladrar de algún perro callejero y niños que añadían sabor a la grabación al meterse a cuadro a tocarlos o un joven que incluso se acomodó entre Cubillas y Sotil.

 

Cada que Chumpi hablaba, Teofilo y Hugo bajaban la mirada en respeto reverencial a uno de los capitanes más majestuosos que este deporte haya visto: firme, frases cortas, voz profunda, gestos severos, cuerpo compacto. En cuanto a Cubillas, se acomodaba con la palabra como con el balón: alegre, claro, seductor, amplio, dueño de reflectores, dinámico. Caso distinto, Sotil confirmaba que para él no había mejor forma de comunicarse que en una cancha, contrastante esa personalidad introvertida con la capacidad para dinamitar defensas que le llevó a ser dupla ofensiva de Johan Cruyff en el Barcelona de mediados de los setenta.

 

Desde entonces y hasta esta semana, Perú tuvo por Mundial lo que ellos le legaron y nada más. Acudió a España 82 en decadencia y tan lejos del protagonismo al que se había acostumbrado. Goleado por Polonia en La Coruña el 22 de junio, pensó que se despedía de esa Copa del Mundo, imposible sospechar que el adiós sería de las siguientes ocho.

 

Por ello en Lima todo reportaje futbolero tenía que conjugarse en pasado. Hubo grandes jugadores en ese camino como Chemo del Solar, Norberto Solano o Claudio Pizarro, pero la calificación se había convertido en una quimera; antes lo lograrían todos en Sudamérica salvo por la débil Venezuela y ellos.

 

El regreso se ha consumado. Lo impensable para muchos. En Rusia, al fin, Perú podrá hablar de futbol en presente, no más aferrarse a fotos amarillentas o discusiones sobre si la chilena es más bien peruana.

 

 

Twitter/albertolati

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