AMLO lleva más de una década golpeando sin tregua la política de seguridad pública de Calderón y de Peña, concretamente sus estrategias de lucha contra el narcotráfico. Sin embargo, no hace mucho, en el Auditorio Nacional, le recetó al respetable su Proyecto de Nación, que incluía un proyecto de seguridad pública muy parecido al de… Calderón y Peña.

 

Significativamente, no leí a uno solo de sus aplaudidores en las redes o los medios someterlo a las críticas furibundas a que someten a Calderón y Peña por ese tema. Nadie habló de su voluntad de “prolongar una guerra con 250 mil muertos”, ni de “militarizar al país”, ni de “exterminio” o “genocidio”. Ni uno: ni los moneros o Ackerman, entre los duros, ni alguno de los “suaves”. Pero la plaza pública es para AMLO lo que Twitter para Trump: la posibilidad continua de aventar una ocurrencia que se vuelva un problemón. Y se dejó ir con lo de la amnistía al crimen organizado como posible camino a la paz, a contrapelo de sus palabras anteriores, como suele, pero sobre todo del sentido común. Fue un disparate en todos los planos. En el ético –¿si una sola víctima se opone a la amnistía ésta es justificable moralmente?, ¿pueden quedar libres los autores de la masacre de Ayotzinapa, el Pozolero, el Z40?–, en el práctico –¿cómo pactas con una infinidad de grupos subdivididos de otros grupos?, ¿de veras van a cumplir con el teórico pacto cuando no lo necesitan porque son impunes?–, en el jurídico. Vamos, que desbarró. ¿Cómo respondieron sus seguidores esta vez? Igual: sin atisbo de crítica. Que fue una propuesta para analizar el problema desde otro lado, dice uno, generoso, cuando lo menos que puede pedirse a un aspirante es ya tener analizado el problema a siete meses y pico de la elección, sobre todo tras una campaña eterna, de decenios, como la suya. Que lo que deberíamos estar discutiendo es la ley de seguridad interior, dice otro, marrullero, como si una discusión excluyera a la otra, y no fueran más bien obligadamente aparejadas.

 

Y es que hay lugares donde AMLO sí que goza de amnistía. Puede dictar perdones o condenas onda líder de secta, o proponer una cosa un día y al siguiente la contraria, o confirmar que no tiene un plan viable (o un plan y punto) ni para la economía, ni para la educación, ni para el narco; que no ha leído un diagnóstico ni pensado realmente una estrategia más allá de jalar otro voto como sea y donde sea, pues. Da igual. Donde goza de amnistía, ese licuado mental se ve como la salvación de la patria.

 

No, pos sálvense.