París.- Reconocida en vida como la mayor artista estadounidense del siglo XIX, el paso del tiempo ha borrado la influencia de Mary Cassatt, una de las pocas mujeres del movimiento impresionista que se impuso en una escena masculina, rescatada ahora en París en una amplia retrospectiva.
Nacida en Pensilvania en una rica familia de banqueros, Cassatt estudió en la Academia de Bellas Artes de Filadelfia, antes de mudarse a París donde soñaba con conocer al pintor Edgar Degas, del que era una gran admiradora.
Degas quedó prendado por la obra de Cassatt y la introdujo en la exposición del grupo impresionista en 1877, tras haber sido rechazada por el Salón oficial de la Academia de Bellas Artes francesa, convirtiéndola en la única estadounidense del conjunto y una de las pocas mujeres, junto a Eva Gonzalès o Berthe Morisot.
“Cuando su galerista realizó la primera gran exhibición de su trabajo en 1893, en el ecuador de su carrera, un crítico francés la describió como la mayor artista estadounidense de su tiempo”, explica Nancy Mowll Mathews, comisaria de la retrospectiva que acoge el Museo Jacquemart-André de París hasta el 23 de julio próximo.
El comentario despertó la furia de los críticos estadounidenses, que reaccionaron cuestionando el trabajo de la pintora y poniendo en duda su éxito.
“Era muy típico para mujeres de éxito en la época que una vez que alcanzaban cierto nivel de fama y respeto se convirtieran en objeto de críticas. Decían que sólo había llegado tan alto por ser la protegida de Degas o porque era rica”, apunta Mathews.
La artista disfrutaba de una pequeña fortuna personal, pero su familia le exigió, antes de respaldarla en su deseo de pintar y enviarla a Francia (donde vivió durante 60 años), que fuera capaz de ganarse la vida. Lo logró y tuvo una vasta producción de unas 500 obras.
La respuesta negativa de sus compatriotas hirió a Cassatt que, a pesar de ello, siguió adelante con su carrera artística, con una especial inclinación por los temas de la mujer y una gran implicación en causas feministas como el derecho al sufragio.
Incluso en su forma de abordar la pintura quiso desmarcarse del tratamiento masculino del arte.
“Los temas masculinos ya están copados por artistas hombres”, dijo al empezar a retratar a madres con sus hijos, en una serie de cuadros clasificados por la crítica como “madonnas”, como si representaran a la Virgen y el Niño.
En principio no era ésta su intención, sino mostrar a mujeres de su época, muchas de ellas de éxito, ocupándose de sus hijos. Un gesto paradójico en una persona que no llegó a casarse ni a tener descendencia.
Finalmente, probó a dibujar la escena religiosa con una visión modernista, creando uno de sus lienzos más conocidos, “Madre e hijo (El Espejo Oval)”, de 1899, si bien las escenas de la vida privada y social de las mujeres fueron una temática recurrente en el conjunto de su obra, con numerosos retratos de su propia familia.
Ni su cercanía artística con Degas, con quien compartía además carácter, la salvó de las críticas del pintor que, como recuerda el comisario Pierre Curie, dijo de ella: “No soporto que una mujer pinte tan bien”.
Al igual que él, Cassatt tampoco se definía como una impresionista y se atrevió a experimentar con distintas técnicas, como el grabado a punta seca, la pintura al pastel y el aguatinta japonés, también expuestos en este museo parisiense, junto a cuadros que, en ocasiones, dejaba voluntariamente inacabados.
“Tenía un carácter con tendencia depresiva y esto se notó en un momento de su obra”, señala Curie, quien describe a una persona solitaria y melancólica.
Una postura que no comparte Mathews, para quien Cassatt fue una mujer “independiente” con una “gran vida social” y múltiples intereses.
Para Curie, “ella es la llave de la entrada del impresionismo en Estados Unidos”, donde era siempre citada como una de las grandes mujeres de su tiempo.
fahl