La sombra de Tony Blair se confiesa ante un juez para vaciarse de culpa. El otrora popstar de la política global fue llamado por Brian Leveson para atar los nodos de poder de Murdoch, el Papa de los medios de comunicación.
En Ecuador, uno de los apóstoles de Fidel Castro, Rafael Correa, escribió en su tuiter una recomendación, que en su momento y por la solitaria voluntad del propio presidente, podría ser decretada como ley constitucional: “no lean la prensa corrupta”. Esa prensa que a los ojos del apóstol la estelariza El Universo, cometió el “error” de delinear a sus lectores la ruta crítica que su presidente, sin funciones, seguiría: a la corte acusado de criminal por haber ordenado fuego contra civiles que se encontraban en el interior de un hospital el 30 de septiembre de 2010 en algo, a quien la dramaturgia política, denominaría auto golpe.
Pasan los años y la relación entre la prensa y el poder continúa atrapada por un paradigma: el de la discrecionalidad, alias corrupción.
La prensa es un nodo robusto de poder, en particular, en regímenes autocráticos (mercados imperfectos); la transparencia, paradójicamente, reduce los espacios de investigación para el periodista porque toda la información se encuentra disponible para toda aquella persona que lo deseé. Posición idílica sólo habitable en libros de texto.
El día en que la sintaxis cambie, la asociación entre medios y poder habrá diluido en terrenos libres. Es otra de las paradojas, el poder de los medios es defendido por quienes los controlan (quieren asimetrías de poder).
Con el debut de las redes sociales la euforia apuntaba hacia la democratización en la producción de la información cuyo lema pudo haber sido “todos somos periodistas” (hasta que se acabe el 3G). Sin embargo, entre la democratización y la oclocratización (derivación del gobierno de la muchedumbre en terrenos de las redes sociales) se encuentra el fanatismo ideológico. Uno de los objetos de ignorancia (y si no la hubiere, de autocensura) más dañinos en el siglo XXI.
En México lo podemos comprobar en la actualidad. Simplemente hay que revisar las posturas fanáticas que los robots y fans de los candidatos.
Pero regresemos a la sombra del popstar británico, Tony Blair. El lunes “se abrió” ante el juez. El también padrino de una de las hijas de Murdoch y creador de la Tercera Vía confesó una benigna perogrullada: que la relación entre políticos y medios es inevitable. No lo sabíamos. Sin embargo, la retórica cerebral lo traicionó al decir que su relación con su hoy familiar (por voluntad), fue de trabajo.
Así como, según Blair, no conocíamos la naturaleza simbiótica entre la política y los medios, tampoco sabemos que las permutaciones de los poderes han tirado los dados y, como resultado, la principal cara (poder) es el económico seguido del mediático y en tercer plano se encuentran los burócratas laureados por la administración pública.
Mala suerte de mi generación. Cuando en los ochenta y noventa estidiábamos y analizábamos, desde la universidad, al desaseo político, ahora resulta que los laureados por la administración pública son hablados por los Murdoch y los Berlusconi.
De ahí el enojo del apóstol Correa. No le gustó que Emilio Palacios, ex director de opinión del periódico El Universo, le leyera las cartas de su futuro. La imagen de Correa frente a un juez con el rostro enterrado entre los hombros, representaría el más triste funeral para toda la tribu castrista (compuesta por los apóstoles que no quieren abandonar el siglo XX; Raúl, Fidel, Hugo, Daniel, Cristina, Evo y por supuesto, Rafael).
En las atmósferas libertarias (cristalinas) el fanatismo ideológico se revela, como el chapopote, en la superficie de los medios.
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