Prohibidos los oráculos por mentirosos. Todo aquel que se clame adivino, todo quien le asegure que puede predecir lo que en la cancha acontecerá, tendrá que ser arrojado al club de los impostores. Prohibido adelantarse a lo que será cual si ya hubiera sido: esta película no tiene libreto, por eso el futbol es el genuino pionero del reality show, aquí el script se improvisa y Hitchkock lleva mano.
Sin bilis, sin angustia, sin sufrimiento, no hay paraíso: el trayecto a unas semifinales de Liga de Campeones de Europa es, inevitablemente, por zona de desastre, sobre piedras, encajando golpes en las costillas, con sudor y sangre mezclados en la piel.
¿Camino dulce a semifinales tras una ida en especial benévola? Cuesta creer que el Real Madrid se lo creyera tras observar, apenas un día antes, al Barcelona sucumbiendo en Roma.
Sucede que mucho podemos hablar y especular, hasta que rueda el balón y nos quedamos perplejos, confundidos, aturdidos, como los jugadores cuando cae un gol tan tempranero.
Los ahorros que por una semana se calcularon en tres goles, en pocos segundos se han devaluado y en la cuenta corriente ya sólo hay dos. Otros minutos, vaya crisis, y ya sólo resta uno. Algo más, catástrofe macroeconómica, el dinero ya no es más que inútil papel. Nada es lo que parece: ni siquiera tres goles de visitante.
Teatro del absurdo, de curvas emocionales, de confianzas que suben y bajan ya con o sin explicación, acontece que con miedo es más cansado correr, y el balón ya no obedece, y las ideas se engarrotan, y los rebotes tienen imán en uniformes ajenos, y la inseguridad se contagia de pierna en pierna, y nada sale; nada, ni atrapar un balón de rutina para el portero más confiable, ni resguardar los cielos del área propia, ni definir lo que unos días antes sonaba a acto reflejo, ni las estadísticas que de la manera más peligrosa insistieron que nada malo podía pasar, que todo estaba dicho y escrito, que bastaba con comparecer, saludar y avanzar.
Recuérdenlo siempre: no es lo mismo que algo sea imposible a que sea poco posible o, simplemente, menos factible. Recuérdenlo en la grada. Recuérdenlo en las tertulias de bar. Recuérdenlo en la cancha. Recuérdenlo en la vida.
El Real Madrid lamentó durante buena parte del partido el haber dejado Turín con tamaña ventaja. ¿Con un escaso gol a favor hubiera salido tan desconectado? ¿Con la necesidad de remontar se habría visto tan ajeno? ¿Con la eliminatoria encendida hubiese pecado de tanto de todo lo malo? No, como seguramente si el Barcelona hubiera llegado a Roma convencido de que el empate era lo mínimo aceptable, no hubiese naufragado.
En medio de todas las emociones, remolino de área a área en el Bernabéu, una incomprensión, más allá del penalti definitivo: ¿por qué cuando la Juventus tuvo noqueado a su rival, no lo finiquitó?, ¿por qué con 0-3, no se lanzó por ese tanto que evitara la prórroga?, ¿por qué tuvo más miedo de recibir uno que sólo valía uno, que ambición de anotar uno que valdría dos?
Del penalti en el último suspiro se debatirá ilimitadamente sin que haya consenso. A mi entender, no lo fue. Al de muchos especialistas, sí. En todo caso, ni el video arbitraje podría zanjar este tema.
Zanjado, sí, que en el planeta futbol todo profeta es embustero, toda garantía de futuro tiende a la mentira mientras haya pasto y balón.
Twitter/albertolati
JNO