La exposición “Ciudadanía, democracia y propaganda electoral en México: 1910-2018”, en el Museo del Objeto del Objeto (MODO) –museo abierto en 2010, que hace, “a través de los objetos, una revisión histórica de México desde inicios del siglo XIX: su sociedad, movimientos culturales, tendencias, formas de pensar y contacto con el exterior”–, llega en el mejor momento posible: durante el proceso electoral más grande en la historia del país, que llevará al relevo del poder en 3,416 cargos de elección popular.
Se trata de una compilación de más de 1,500 objetos de las distintas campañas políticas –en su gran mayoría, por la presidencia–, que labraron el imaginario colectivo mexicano con respecto al proceso electoral mismo, pero también para con figuras tan disímiles como Porfirio Díaz, Juan Andreu Almazán –militar y contrincante de Ávila Camacho–, Adolfo Ruiz Cortines, Luis H. Álvarez –empresario y contrincante panista de López Mateos–, Valentín Campa –líder ferrocarrilero que, sin registro, se lanzó por la presidencia–, Rosario Ibarra de Piedra –activista y rival electoral de Salinas–, Cuauhtémoc Cárdenas, llegando hasta Enrique Peña. Ganadores y perdedores, aquí entran todos.
Inaugurada hace unos días, y misma que estará en pie hasta el 29 de julio de 2018, incluye peculiaridades como unos aretes pro-Madero; un timbre postal promoviendo el “Plan Sexenal” cardenista; unos suaves “Delicados” con la cara de López Mateos; semillas florales de la campaña de De la Madrid; un jabón con el rostro de Calderón para tener “manos limpias”; el copete plástico característico del peñanietismo joven, entre miles de objetos más. Pero la exposición es más que tortilleros y plumas: es recordatorio de estar en un trayecto.
Como refirió el consejero del INE, Ciro Murayama, el día del corte de listón: “No teníamos elecciones realmente competidas, pero nunca dejó de haber elecciones, y la disputa por el poder finalmente se dirimió a través de las urnas. No eran las elecciones que tenemos ahora, y eso es un importante recordatorio porque nos permite conocer lo que tenemos”. Murayama, primero, habla de reconocimiento; y segundo, de valoración. Algo muy parecido a un concepto desarrollado por otro asistente aquél día: la “pedagogía social”, de José Woldenberg.
Este sostiene que “hubo un déficit de pedagogía social” con respecto al camino que México –sus ciudadanos, sus políticos y sus instituciones- emprendió para llegar a ser la joven democracia que es hoy: “A diferencia de lo que sucedió en muchos otros países, (en México) faltó explicación suficiente del proceso de transición democrática para que la sociedad fuera capaz de apropiárselo y fuera digno de ser reivindicado y defendido” (“La democracia como problema”, Woldenberg, José. 2015). Y esto es particularmente agudo –más no incurable– en la juventud que no vivió los vicios y las distorsiones del hiperpresidencialismo.
La historia de la propaganda es paralela a la apertura democrática del país. Conforme uno avanza en la exposición, va notando como la entonces contraparte al viejo régimen iba fortaleciendo sus métodos de convencimiento ideológico y propagandístico –ya sea por mecanismos más equitativos de financiamiento partidista impulsados por el propio gobierno o por verdadero ímpetu ganador–. Eso fue dándole al México monocromático más colores y menos dudas. Y el mosaico social y político que siempre fuimos se empezó a desempolvar.
En estos días de campaña, dicho espíritu de reivindicación se expresa mundanamente a través de los debates oficiales y a la hora de votar. Así que vea los primeros y haga lo segundo. Y también visite usted esta exposición. Con sus hijos, con su pareja o con sus amigos. Porque la democracia sin socialización no es tal. En este recorrido bicentenario que ha sido la historia de México, es claro que a nuestra República aún le falta mucho para ser perfecta, pero vamos acercándonos. No sin tropiezos, no sin amenazas, pero vamos acercándonos.
@AlonsoTamez