Ni simpático, ni popular, ni mesurado, ni carismático…, Louis van Gaal decidió ser célebre desde el antagonismo, desde la arrogancia, desde el conflicto, desde una especie de sociopatía, desde un desafío permanente a lo que todo manual dictado por un publirrelacionista habría sugerido.
Si lo consiguió, fue sobre todo por su inmensa capacidad para entender el futbol y revolucionarlo, para detectar talento y multiplicarlo, para romper, despedazar, triturar moldes, orgulloso y petulante por haberse adelantado.
A su retiro es inevitable hablar del personaje que tan a menudo se devoró al DT, aunque no por ello podemos dejar de recordar sus grandísimos logros desde la banca. Por principio de cuentas, la construcción en los 90 de un Ajax tan genial como para resumir con su alineación al juego que venía: Van der Sar, Reiziger, Blind, Frank de Boer, Rijkaard, Seedorf, Davids, Litmanen, Ronald de Boer, Kluivert, Overmars. Poco después, su primer paso por el Barcelona, donde no sólo debutó a Xavi y Puyol, sino que acumuló títulos a granel, sin que eso alcanzara para tejer un puente con la afición blaugrana.
¿Cuánta influencia sobre la actualidad tuvo? Basta con decir que ahí tuvo a José Mourinho como asistente, a Pep Guardiola como capitán y a Luis Enrique como aguerrido jugador, además de Stoitchkov, Figo y varios brasileños que empezaron su duelo con el coronel (Giovanni diría por entonces: “Van Gaal es el Hitler de los futbolistas brasileños. Es arrogante, orgulloso y tiene un problema: no tiene idea de futbol. Su estilo es enfermo, está loco”). Con la mayoría de los mencionados se enemistó, porque su naturaleza como líder era disruptiva, de choque, de confrontación.
Años más tarde, el plantel del Bayern Múnich entendería hasta dónde era capaz de llegar para imponerse. El goleador Luca Toni rompió el protocolo de comidas, a lo que Louis respondió desnudándose ante el plantel, a fin de literalmente enseñar a los jugadores que le sobraban asuntos para correr a quien fuera.
¿Apapachos? ¿Conciliación? ¿Empatía? Se dice que sabía tenerlas muy eventualmente y siempre en privado. Quien lo cuestionara en público ya sabía a lo que se atenía.
En sus propias palabras: “Soy quien soy: seguro, arrogante, dominante, honesto, trabajador e innovador. Cuando creo que he cometido un error, me propicia noches sin dormir… Pero equivocarme me sucede muy raramente”.
Tan cotizado estaba, que sólo dirigió a un equipo chico, al AZ Alkmaar, y lo hizo campeón de Holanda, rompiendo con 28 años de hegemonía de los tres grandes (de hecho, ésa fue la primera parada europea de Héctor Moreno).
Al cierre de los tiempos extra del Mundial pasado, relevó a su portero Cillessen por el ataja-penales Krul. Cuestionado al respecto, enfatizó que ése siempre fue su plan y que Cillessen lo ignoraba porque no era su trabajo saberlo. Días después, Argentina lo eliminó en penales, habiendo agotado los cambios y con Cillessen lejísimos de cada lanzamiento. Entonces el coronel bramó ante la prensa que su apuesta fue quemar el tercer cambio metiendo a Huntelaar y que si éste hubiera aprovechado su oportunidad de gol, Holanda habría avanzado.
Y es que al menos en palabra, el ya retirado Louis van Gaal siempre tuvo la razón. Si el pueblo holandés se ha sabido posicionar como agradable, cordial, compasivo, tolerante, uno de sus grandes estrategas revolucionó al futbol desde una personalidad opuesta.
Twitter/albertolati
Las opiniones expresadas por los columnistas son independientes y no reflejan necesariamente el punto de vista de 24 HORAS.