Todos los voceros de Andrés Manuel López Obrador invierten horas y horas durante las mesas y entrevistas que atienden para tratar de matizar lo que dijo su líder. Para tratar de esconder los radicalismos de sus expresiones.
Pero no pueden, ya que a este candidato presidencial le basta un poco de excitación con porras del pueblo bueno en la plaza pública para dejarse ver como es.
Uno de los más grandes riesgos para su abultada popularidad, que así lo entienden los preocupados asesores, es su empecinamiento en atentar contra la reforma educativa.
Su aplicación ha conseguido adeptos entre los padres de familia que empiezan a ver resultados en sus hijos, en las escuelas de sus hijos y en la actitud de los maestros de sus hijos. Y porque queda claro que los únicos opositores abiertos a mejorar la educación son los maestros rijosos de la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE), los mismos que han dejado sin clases a millones de niños por largo tiempo y los que destruyen lo que encuentran a su paso en las manifestaciones.
Por eso es que por más que intentan los voceros de López suavizar la radicalización de su jefe, simplemente no pueden. Hablan de perfeccionar, de actualizar, de revisar esta reforma. Pero su candidato no los escucha porque tiene ideas autoritarias francamente fijas.
Este candidato no engaña a nadie; su frase del fin de semana en Oaxaca es contundente. Se cancelará la reforma educativa, dijo López Obrador ante un reducido número de simpatizantes en su mitin.
Esto es, a pesar de la oposición interna dentro del morenismo, López Obrador buscará la gracia de los votos y del respaldo del magisterio disidente a través de cancelar una reforma que implicó el concurso de múltiples fuerzas y partidos políticos y una reforma constitucional de mayoría absoluta y mayoría de congresos estatales.
¿Se cancelará por decisión presidencial?, ¿qué otra cosa que no le gusta habrá de cancelar por la misma vía?, ¿qué más recaerá en la visión de una sola persona sobre todos los demás?
Meterse con el futuro de la educación de millones de alumnos puede ser el Waterloo de este candidato. Siempre y cuando haya conciencia entre los padres de familia de millones de alumnos de lo que implica cancelar la mejora educativa de sus hijos.
Mientras más entiendan los ciudadanos lo que implica el autoritarismo, más se podrá dimensionar lo que significa tener que llevar a cabo el capricho de una sola persona que evidentemente no tiene toda la información necesaria para tomar decisiones radicales.
Lo que corre peligro, además de la educación, el aeropuerto y hasta las empresas privadas, es la eliminación de un sistema de contrapesos al que le llamamos democracia.
Podrán caernos muy gordos los diputados y los senadores o quizá hasta los jueces, pero durante los últimos tiempos han servido de contrapeso contra los caprichos del Poder Ejecutivo. Hasta que no llegue alguien que también los busque cancelar por considerar que estorban a la cuarta transformación imaginada por un solo hombre.