Foto: Reuters En el 80 % de los viajes carecíamos de algo. Llegamos a volar sin radar y alguna vez no quiso bajar el tren de aterrizaje. Te llegas a acostumbrar; nos volvimos amantes del peligro: Myrna Díaz  

“Era algo anunciado”. Con estas palabras de resignación, Myrna Díaz habla del accidente aéreo del pasado viernes en Cuba que dejó 112 muertos. Durante tres años, Díaz fue sobrecargo en la aerolínea mexicana Global Air y atestiguó las “condiciones absolutamente inseguras” en que volaba la compañía.

 

“En el 80 % de los viajes carecíamos de algo. Llegamos a volar sin radar y alguna vez no quiso bajar el tren de aterrizaje. Te llegas a acostumbrar; nos volvimos amantes del peligro”, relata Díaz en entrevista con Efe.

 

Entre 2013 y 2016, Díaz voló en innumerables ocasiones con los dos Boeing 737 de Global Air, una pequeña empresa dedicada a operar taxis aéreos y a rentar aviones y tripulaciones a otras aerolíneas.

 

La sobrecargo voló a prácticamente todos los países de Latinoamérica, desde México hasta Argentina, y trabajó en vuelos turísticos, traslados penitenciarios, giras políticas y viajes de equipos de fútbol que se hacían a bordo de los aparatos de Global Air.

 

Según su relato, “no se cumplían las normas” de seguridad en los aviones, que operaban sin la cantidad reglamentaria de cojines salvavidas, sin botellas de oxígeno y “con el mínimo combustible”.

 

“Había que engañar a los pasajeros. Dije millones de veces que ‘El aire acondicionado se acaba de descomponer’. Pero la verdad es que nunca funcionó”, narra Díaz, quien considera que tomó “un curso de vida” volando con esa compañía.

 

Díaz, que había volado con el mismo avión y en la misma ruta del siniestro, no duda en asegurar: “El accidente no fue una sorpresa. Era algo que se esperaba, al menos por la gente que trabajábamos en Global Air. Era algo anunciado. La sorpresa para mí fue (la muerte de) mis compañeros”.

 

Ella conocía a los seis tripulantes mexicanos fallecidos en el siniestro y tiene un especial recuerdo para Daniela Ríos, de 22 años, con quien había establecido una fuerte amistad durante el tiempo en el que trabajaron juntas.

 

“Daniela era muy amiga mía, me dolió mucho…”, lamenta Díaz, quien acto seguido arremete contra las autoridades mexicanas: “Inmediatamente después del accidente, salió la Secretaría de Comunicaciones y Transportes a decir que todo estaba en orden. ¿De qué hablan? ¿Cómo te explicas que (Global Air) estaba operando con tanta impunidad?”.

 

La aerolínea había superado en noviembre de 2017 el examen técnico de Aeronáutica Civil de México, unas inspecciones en las que, según Díaz, unos “fingen” que inspeccionan y otros que cumplen la normativa.

 

Fue, precisamente, tras una inspección realizada en 2016, cuando Díaz decidió “alzar la voz” y denunciar ante una inspectora las numerosas irregularidades de la compañía. “No recibí respuesta”, deplora.

 

Desde entonces, sufrió “represalias” por parte de la aerolínea y ya no la volvieron a llamar para volar. Tampoco recibió ningún “finiquito” porque “ese tipo de cosas no existían en Global”.

 

De acuerdo con Díaz, la tripulación de la compañía no disponía de seguro social, cobraba 134 pesos (6,8 dólares) por hora de vuelo y los pagos no eran puntuales.

 

Y es que, según explica la exsobrecargo, el propietario de Global Air, el español Manuel Rodríguez Campos, buscaba todas las formas posibles para ahorrar dinero, como no pagar el servicio de escaleras de descenso en los aeropuertos o subir él mismo a los aviones para acomodar a los pasajeros.

 

“Lo hacía para ahorrar, no porque le importara su trabajo. Él sabía perfectamente cómo estaban sus carcachas porque eran muchas las quejas de los mecánicos”, relata Díaz.

 

El avión accidentado, que tenía matrícula zulú, fue bautizado en tono de broma por los trabajadores de la aerolínea como “Zulú Inn”, porque en la mayoría de viajes la tripulación debía dormir en la aeronave dado que la compañía no pagaba hoteles.

 

“Aprendes a dormir allí, le agarras cariño aunque no lo creas”, comenta Díaz, quien recuerda que en la mayoría de viajes no les “informaban ni cuántos días ni a dónde” volaban.

 

Díaz se declara “cómplice” de la situación en la que viajaban los aviones de Global Air, dado que el “amor” por su trabajo le impedía “razonar bien lo que estaba haciendo”.

 

Sin embargo, y a pesar de las amenazas que dice haber recibido, ha decidido denunciarlo para que “no vuelva a pasar”: “Yo tengo miedo, claro que lo tengo. Pero ya decidí hablar las cosas como son”.

 

fahl