Las olas de calor se han vuelto más frecuentes en las zonas urbanas de México, eso es lo que ha cambiado, no la temperatura.
Las altas temperaturas registradas últimamente, ocasionadas por las olas de calor, no son inusuales, incluso los datos registrados el año pasado fueron levemente más altos que en este 2018.
Estas variaciones se han desarrollado en las últimas décadas, y se pueden atribuir a múltiples factores, no sólo al calentamiento global: el aumento en la frecuencia de eventos de El Niño y el crecimiento del asfalto urbano, que originan la formación de islas de calor o térmicas, porque ese material absorbe más radiación que otros recubrimientos, afirmó Paulina Ordoñez Pérez, investigadora del Centro de Ciencias de la Atmósfera (CCA) de la UNAM.
“Hoy, lo que tenemos es un anticiclón en la tropósfera media y media baja, que cubre buena parte del territorio nacional, lo que propicia las condiciones ideales para que ocurra una ola de calor, fenómeno que hace que el aire sea muy estable, cálido y seco, y ocasiona poca cobertura nubosa”, explicó.
Los registros históricos muestran que las altas temperaturas en la primavera son normales, sobre todo en los meses de abril y mayo. “De hecho, las olas de calor se definen en función de las temperaturas ‘normales’ para cada región del país, de ahí que se diga que en cada estado hay una temperatura promedio y otra máxima promedio, y cuando esta última se rebasa durante varios días, hay una ola de calor”, remarcó.
Elda Luyando López, también académica del CCA, expuso que a la presencia de olas de calor se debe agregar el calentamiento por islas térmicas o de calor, que consisten en la diferencia de temperaturas en la misma urbe: más elevada en el centro, especialmente por las noches, debido al cúmulo de construcciones en esa área. Esto se debe a que se conserva el calor en las edificaciones y se dispersa de manera distinta en el campo, estableciéndose diferencias de temperatura entre estos dos entornos.
Durante la noche nos sentimos agobiados por el bochorno dentro de nuestros hogares, y si salimos a la calle sentimos fresco, y esto es porque las construcciones guardan calor, detalló.
“Las sensaciones térmicas se pueden medir a través de índices bioclimáticos, que toman en cuenta variables como la temperatura, humedad, velocidad del viento y radiación de las paredes, entre otras; esto proporciona una medición más cercana a la realidad, que sólo tomar la temperatura”.
La integrante del Grupo de Cambio Climático y Radiación Solar del CCA aclaró que si bien el calentamiento urbano no ha matado a nadie, sí contribuye al malestar por la pérdida del confort térmico de la población, y puede llegar a influir en actividades cotidianas como dormir, trabajar o practicar un deporte; además, se consume más agua, y algunos padecimientos se pueden recrudecer.
Al respecto, Ordoñez Pérez comentó que las temperaturas extremas afectan a toda la población, principalmente a niños y personas de la tercera edad, que pueden presentar deshidratación, dificultades respiratorias y agotamiento.
Finalmente, las académicas destacaron que la escasa o nula presencia de nubes aumenta las probabilidades de que haya más radiación, por lo que es recomendable protegerse con el uso de bloqueadores solares, ropa de manga larga y colores claros, sombreros o gorras y lentes para el sol.
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