Con 45 días de campaña y 60,000 muertos, ningún candidato trata de manera seria el tema de las víctimas de la guerra. A pesar de los diálogos de Chapultepec, no hay pronunciamientos entorno a viud@s y huérfanos, desplazados y otras víctimas directas o indirectas de la violencia y de su cobertura mediática.
Los candidatos dedican el mínimo indispensable al impacto social, económico y psicológico de la violencia. Ofrecen policías, y crecimiento económico. Eso es necesario más no suficiente para sanar el daño y evitar efectos sociales posteriores.
El nuev@ presidente heredará un país en conflicto, con miles de familias de muertos, desaparecidos, y reclusos, y un elevado porcentaje de habitantes con estrés psicosocial causado por la violencia. Nada de eso cambiará el 2 de julio. Independientemente de sus causas, el daño social está hecho.
Sin embargo, nadie lo atiende. La atención a víctimas no está sujeta a discusión en las campañas: Peña ofrece protocolos de acción policiaca, Josefina ofrece disculpas, López Obrador sugiere serenarnos.
Hay, al menos, tres posibles explicaciones, no excluyentes entre sí, de tan drástica omisión. La tres parten de la idea de que, las acciones de los candidatos son reflejo de lo que los electores quieren ver y oir. Estudian al votante para conectar con sus emociones y necesidades y evadir lo que les incomoda.
Esto sugiere que los mexicanos estamos en la negación del conflicto. Los muertos, las víctimas, nos incomodan. Omitimos leer esas noticias, y hablar de ello. Preferimos escuchar propuestas sobre la construcción de un futuro amable y creer que el cambio de presidente acabara con el mal. Es una reacción natural de los individuos ante la violencia. Las campañas reflejan, en parte, esta inercia.
La segunda opción es que 60,000 muertos no sean suficientes para que exijamos atención y solución. Mientras el muerto no sea propio, no actuamos. Tal vez las víctimas están demasiado dispersas geográficamente, tal vez no se ha generado una masa crítica con la fuerza política suficiente para posicionar el tema en la agenda electoral. ¿Cuántos muertos se necesitan entonces para que los candidatos se vean obligados a construir una propuesta seria de atención a víctimas?
La tercera hipótesis es que los candidatos no saben que ofrecer, ni como capitalizar el impacto social de la guerra. No pueden sugerir que acabarán con la violencia o la impunidad. No pueden hacer propuestas radicales, como legalizar la droga, porque generaría represalias de EUA. Por el dolor padecido, es difícil plantear el conflicto en términos distintos de los actuales. Reconocer la necesidad de atender a las familias de los muertos incorpora un “incómodo” componente humano y el dilema de juntar, después de la muerte, a los “buenos” y a los “malos”.
La suma de al menos estos tres componentes, muestra que los candidatos están amarrados al frío discurso de guerra. Su silencio sobre el impacto social de la misma refleja: uno, que las víctimas son un problema incómodo y secundario; dos, que no van a cambiar la narrativa del conflicto: mantendrán la visión de buenos contra malos; tres, que no existen condiciones para hablar de paz ni para establecer mecanismos de atención o al menos de registro de víctimas, sin importar su origen.
60,000 muertos son muchos, pero, al parecer, no los suficientes para alterar la agenda política nacional ¿cuántos muertos y qué condiciones se necesitan para cambiar el discurso y poder hablar seriamente de construcción de paz?
@cullenaa | Fb: La caja de espejos