Antes de que concluya este año, la principal fuerza política del país deberá elegir a su nuevo dirigente formal en lo que constituirá una posición de poder inimaginable en México después de la conclusión del gobierno de Lázaro Cárdenas.
Ningún partido político después de los años cuarenta ha concentrado tanto poder como el que ha ganado en las urnas Morena y ninguna presidencia de partido será tan influyente si la designación del equipo es adecuada para el tamaño de los desafíos de coordinación política.
Inesperadamente, la presidencia nacional morenista se convirtió en una posición de la mayor relevancia por varias razones: es el único partido que en elecciones competidas desde los años 80 arrasa en todo el país; existe evidencia de las debilidades estructurales de un movimiento que es simultáneamente partido político; en el proceso democrático al interior de Morena y exterior a esta fuerza política quien la dirija se convertirá en eje de equilibrios de fuerza regionales y nacionales, mientras que los principales cuadros del lopezobradorismo han comenzado a ser llamados al gabinete presidencial.
Hay una aparente escasez de perfiles para presidir Morena como hay abundancia para integrar al gabinete.
No son las únicas razones pero son de inmediato condicionantes de enorme peso.
Yeidckol Polevnsky, actual presidenta de Morena, disciplinadamente convocó a la emisión de un voto parejo en claro compromiso y en consonancia con el discurso del presidente electo. En contraste, por ejemplo, con Tatiana Clouthier, con dos hermanos en partidos políticos y opciones distintas a las de Morena, quien en sincronía con ello, llamó a votar por AMLO y a ejercer un “voto de consciencia” donde el voto parejo estaba descartado.
Entre ambas posiciones, una de mayor integración partidaria y otra de presunción de equilibrios con otras fuerzas políticas, podría encontrarse el espectro de los posicionamientos tanto de los aspirantes a presidir Morena como de sus votantes.
Lo que esperan las antiguas bases de izquierdas de Morena, sus adherentes y nuevos integrantes provenientes de todos los demás partidos y el conjunto diverso de ciudadanos que se sintió atraído por el magnetismo de la candidatura de AMLO, deberá responder a varias preguntas clave.
¿Debe la nueva dirigencia ejercer un contrapeso o un respaldo leal con supeditación absoluta o relativa respecto de la Presidencia de la República? ¿Debe tratarse de perfiles modernos aun cuando se trate de personajes con añeja trayectoria o debe ser una dirigencia con una mentalidad convencional respecto de la relación partido – presidente y partido – sociedad civil?¿Puede desaparecer el dedazo en la designación o debe ser la opinión presidencial determinante del proceso?¿Con qué profundidad el principio de transparencia y gobierno abierto debe atravesar el proceso de elección de la nueva dirigencia de Morena?
No es fácil señalar a ningún precandidato sólido y no es sólido adelantarse sin resolver estas primeras cuestiones.
aarl