Por más que lo intento, no consigo despegarme del tema mundialista. Nos envuelve la euforia. El triunfo de les Bleus y su pase a la gran final monopolizan cualquier conversación en la oficina, en la calle, en el hogar. Durante casi toda la noche, las calles de París fueron una fiesta ruidosa y multitudinaria para celebrar algo que hasta hace dos semanas entraba sólo a la esfera de los sueños.
En unos cuantos minutos la Avenida de los Campos Elíseos se llenó con una interminable marea humana exultante. Ondeaban por doquier banderas galas, aparecieron luces de bengalas brillantes, estallaron granadas de humo. La Marsellesa resonaba una y otra vez en cada rincón de esta ciudad, interrumpida tan sólo por el ruido de los fuegos artificiales.
El primer alarido colectivo de felicidad explotó cuando Umtiti marcó el único gol del duelo Francia-Bélgica. El silbido final del árbitro llevó las emociones al paroxismo.
Nadie pierde la ilusión de llegar a lo más alto y llevarse, como hace 20 años, el trofeo más codiciado, la Copa del Mundo. Conquistar por segunda vez el título podría complicarse mucho porque -me acabo de enterar- el duelo final será contra la muy combativa Croacia, un país de cuatro millones de habitantes que derramó mucha sangre para ganar su independencia hace sólo 26 años. En aquel 1991, el astro croata Luka Modrić tenía seis años, pero se acuerda muy bien de los bombardeos que azotaron su recién nacido país, y más adelante la vecina Bosnia.
De momento los seguidores de les Bleus continúan viviendo su pasión en grande deshaciéndose en elogios por las habilidades y el talento de su Selección. Gusta este equipo representante de una Francia fresca, multiétnica, multicultural de diversas raíces. Quince de los 23 jugadores convocados para el Mundial de Rusia tienen orígenes africanos. Nacieron y crecieron en los suburbios desfavorecidos de las grandes ciudades donde a menudo el deporte es el único elevador social que funciona. El fenómeno supersónico llamado Mbappé, el nuevo Pelé, de padre camerunés y madre argelina, tiene sólo 19 años. El próximo domingo con alma de adolescente tendrá que cortarle la pelota a su experimentado rival croata Modrić. Se llevan 14 años de diferencia.