¿Podrá el Barcelona (ataviada con la camiseta de España) ganar el bicampeonato europeo? ¿Les faltará Messi? ¿Cristiano Ronaldo demostrará con hechos su auto descripción narcisista sobre aquello de que es el mejor jugador del mundo, el supremo millonario y el más guapo frente a Paris Hilton?
¿Y Timoshenko?
Entre la política y los goles se encuentran las redes. Ahí está atrapada Yulia Timoshenko, encarcelada por su enemigo político, el hoy presidente ucraniano Viktor Yanukóvich. Mañana, el mundo entero pondrá su atención en el partido inaugural de la Eurocopa, Polonia frente a Grecia. El sábado en Jarkiv (segunda ciudad con mayor población de Ucrania), jugará Holanda frente a Dinamarca y ahí, los aficionados a los derechos humanos podrán caminar hacia la cárcel donde se encuentra sometida a golpes la política Timoshenko.
Mientras tanto, otros de los aficionados a los derechos humanos podrán seguir las indicaciones del antiguo capitán de la selección inglesa Sol Campbell: “Quédense en casa, véanlo por televisión”. Precisamente en Jarkiv se encuentra el estadio del equipo Metalist, sede de una tribu xenófoba que utiliza al futbol como vehículo catártico de sus odios.
Preámbulo de una fiesta diplomática donde 26 de los 27 países de la Unión Europea no saben a qué librito de buenos modales acudir. Polonia es el único país europeo que no le queda otra que no sea la de tragar camote. No puede auto boicotearse. Empresas como Kia Motors se lo impiden. Los contratos excluyen la posibilidad.
La final entre Alemania y España fue observada por 237 millones de aficionados. En esta ocasión, el promedio de observadores por partido superará por mucho a la audiencia del Superbowl, tan cacareada por los animadores de la CBS como los cocacoleros. Cualquier partido que lo juegue Grecia lo verán 150 millones de espectadores.
Michel Platini, emperador de la UEFA, está nervioso. Por una parte, los precios impuestos por los hoteleros polacos y ucranianos se encuentran por las nubes. El otro tema que le impide conciliar el sueño es Yulia Timoshenko. Por ella, Angela Merkel, Francois Hollande, José Manuel Durao Barroso y Herman van Romuy, no asistirán a los estadios de futbol ucranianos. Timoshenko se encuentra purgando “pecados políticos” y en ocho años no saldrá de la cárcel bajo la mascarada de los jueces cuyas decisiones son motivadas y controladas por el odio del presidente Yanukóvich hacia su otrora rival. De la revolución naranja no queda nada. El mundo tiene memoria corta. Ahora, el mainstream es la primavera árabe. Hace ocho años lo era Ucrania.
El 22 de noviembre de 2004 inició un movimiento ucraniano en contra del fraude electoral cometido en contra de Yushchenko, quien terminó desfigurado por un veneno suave que encontró sede en su rostro. Viktor Yanukóvich, hoy presidente, tuvo que salir por la puerta de atrás en aquella ocasión gracias a la repetición de las elecciones ordenadas por el Tribunal de Justicia. Ocho años después es presidente y lo primero que ordenó cuando inició su gobierno es la venganza sobre la que fue primera ministra, Yulia Timoshenko.
Hace cinco años la UEFA decidió otorgarle a Ucrania, de manera compartida con Polonia, la sede de la Eurcopa. Los aires frescos de la revolución naranja soplaban fuerte. Eran tiempos en que Ucrania estaba más cerca de la Unión Europa que de los regímenes autocráticos, sin embargo, la realidad es otra. Yanukóvich, con rasgos autoritarios, parece más un hombre de la guerra fría que un político motivado por ideas progresistas.
¿Quién o quiénes le darán la mano a Yanukóvich en los distintos palcos de los estadios de futbol que no sea Platini y Donald Tusk (primer ministro polaco)?
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