El Presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, entró al salón donde le esperaba todo el Gobierno. No podía ocultar su satisfacción. El Ejecutivo iba a aprobar un Real Decreto por el que los restos del dictador Francisco Franco Bahamonde serán exhumados del Valle de los Caídos.
Habían pasado 43 años desde que murió el autócrata y más de 80 que concluyó la Guerra Civil Española. El Gobierno había decidido sacar los restos de Franco del mausoleo de donde los trasnochados franquistas aún le rinden pleitesía.
Aquella edificación que Franco mandó construir tras la guerra, con una cruz impactante de más de 140 metros y con ángeles gigantes con espadas y escudos, representaba el máximo exponente del franquismo. Sin embargo, no era la idea primigenia. Se había creado en principio para glorificar a los muertos de la guerra. No obstante, el franquismo se apropió del Valle de los Caídos, y lo hizo suyo. Ahora, 43 años después la decisión gubernamental ha levantado unas cicatrices que estaban a punto de cerrarse.
Los románticos franquistas se revelan y acuden a diario a honrar al dictador. La izquierda – que se encontraba aletargada –quiere que le saquen y piden justicia por los muertos republicanos de la guerra.
Es cierto que se trata de una decisión histórica. Ningún dictador europeo está enterrado en un mausoleo como si se tratara de una Tumba de Estado. Adolfo Hitler se quitó la vida junto con su amante, Eva Braun, al verse acorralado. Benito Mussolini y Clara Petacci –su amante– fueron pasados por las armas y sus cuerpos quedaron colgados y expuestos a los ciudadanos italianos. Franco murió agonizando en un hospital de Madrid, pero nunca purgó sus pecados, que fueron muchos, desde ejecuciones sumarias hasta torturas y desapariciones.
Han pasado casi cien años de aquella guerra entre hermanos, que dejó casi dos millones de muertos y muchos más de heridos. Son demasiados años para llamarlos ahora y que salgan de sus tumbas.
Los fantasmas son eso, fantasmas porque pertenecen a la historia que es donde deben de estar. Desempolvarlos es no cerrar las heridas de la historia y hacer que los muertos vuelvan a hablar cuando deberían descansar en los recuerdos.
¿Qué necesitad tiene el presidente Sánchez de exhumar los restos del dictador y además con carácter de urgencia?
Ningún Gobierno democrático –ni el de Adolfo Suárez, ni el de Calvo Sotelo, ni los socialistas de Felipe González, ni los de José María Aznar, ni los de Zapatero, ni los de Mariano Rajoy- se habían planteado exhumar los restos del dictador. Tal vez porque ellos mismos sabían que sería muy perjudicial para la sociedad española. Pero no, Pedro Sánchez que, por cierto, no llegó al poder en unas elecciones democráticas, sino a través de una moción de censura, tenía que avivar a los fantasmas de la historia.
La forma era para que muchos le aplaudieran ese gesto. El fondo era doble: por una parte se trata de una bolsa de votos que va a conseguir en las próximas elecciones generales de 2020 y por otra su paso a la historia por haber sido el Presidente que mandó exhumar los restos del dictador.
Cuando la vicepresidenta del Gobierno, Carmen Calvo, dice que exhuman los restos de manera urgente, no creo que lo sea tanto. Por encima de la exhumación está el desempleo –hay más de tres millones todavía de parados-, está el terrorismo –España ya ha sido objeto de atentados yihadistas-, la deuda pública –hay más de un billón 300 mil millones de euros de deuda- o también está el fenómeno de la inmigración –miles de personas siguen ingresando a España de manera irregular.
Ésos sí son problemas urgentes. Lo que quiere hacer Pedro Sánchez es colgarse una medalla. Eso podía haber esperado.