En unos cuantos años regresará la atención a los sorteos. Ya no será como antaño que el sorteo del Gordo de la Lotería Nacional merecía transmisión especial de la radio y la televisión.
No, el sorteo del que los mexicanos estarán pendientes en algún momento del próximo sexenio será el de la lotería de las auditorías fiscales.
Está claro que tan pronto como el siguiente Gobierno se sienta cómodo en la silla presidencial, implementará cambios estructurales hoy inimaginables. Uno de ellos será una reforma fiscal.
Lo primero que ganarán los impuestos serán eufemismos. Y les dirán contribuciones, porque suena mejor contribuir que imponer. Pero más allá de esto, el objetivo de cualquier modificación fiscal, desde el punto de vista gubernamental, tiene que ser garantizar los ingresos suficientes para mantener el gasto público.
La primera condición que pone el próximo Presidente de México es que los ciudadanos le tengan confianza al Gobierno. Así se lo dijo a los empresarios de Monterrey que ciertamente no le daban la más mínima credibilidad.
No sabemos si medirá con encuestas el mejor momento de confiabilidad en su Gobierno para entonces saber cuál es el instante preciso con el fin de lanzar la iniciativa de reforma fiscal.
Pero de lo que no queda duda es que tiene que avanzar paso a paso en la construcción de esa relación de fiabilidad con los sectores económicos.
El primer escalón llega el 15 de noviembre con el paquete económico del próximo año. Ahí no sólo tiene que cumplir con aquello de no subir impuestos y no aumentar precios y tarifas más allá de la inflación, sino que debe mostrar que la responsabilidad macroeconómica y la estabilidad financiera son compromisos serios.
Un Gobierno con tantos compromisos de gasto debe garantizarse las fuentes de ingreso suficientes para no incurrir en mayor endeudamiento. Y la reforma fiscal, las contribuciones del pueblo bueno deben cumplir con ese requisito.
Si se logra no subir tasas impositivas, que un mayor número de ciudadanos acepten gustosos pagar sus contribuciones, si pueden disminuir la evasión fiscal a través del libre ejercicio de decir la verdad en una declaración sencilla, podrían recaudar lo suficiente para gastar todo lo que quieran.
Incluso, si eso funciona. Si logran que la reforma fiscal del próximo Gobierno arroje un esquema sencillo y menos oneroso para los contribuyentes, podrían exportar el modelo. Lo único malo será esperar el sorteo de las auditorías al menos para perder el tiempo con una revisión.
Pero si, por el contrario, con el enfoque fiscal que dé el gobierno de López Obrador no logra satisfacer sus necesidades de gasto, esa confianza a la que apela será lo primero que se pierda. De entrada, con los mercados y después con los demás.
No hay duda que se necesita una reforma fiscal, y ahora que los eternos opositores a ella se preparan para ejercer el poder y tienen acceso a las cuentas públicas, ya se dieron cuenta. Es una oportunidad dorada para que los ciudadanos acepten hasta con gusto pagar contribuciones, no impuestos.