En el Itinerario Político del miércoles 22 de agosto –titulado “¡Un valiente dijo ‘no’ al presidente López!”-, señalamos que tarde o temprano “la mano presidencial caerá sobre la Rectoría y la autonomía universitaria”.
¿Por qué…? Preguntamos entonces.
Porque un valiente como el rector de la UNAM, Enrique Graue, se atrevió a decirle “no” al presidente López, en el intento del mandatario de Morena por convertir a la UNAM en el centro de su proyecto para que -sin exámenes y sin evaluación- todos los que quieran estudien una carrera universitaria lo consigan sin mayor trámite en la Máxima Casa de Estudios.
Y aquel 22 de agosto también dijimos que detrás del intento de “golpe de Estado a la UNAM” estarían el eterno aspirante a rector, Javier Jiménez Espriú y su hijo, Raymundo, dos piezas fundamentales del nuevo Gobierno.
El primero, como saben, será el futuro titular de la Secretaría de Comunicaciones y Transportes -empeñado en meterse a los negocios del Nuevo Aeropuerto-, mientras que el segundo ya es el responsable de redes y digitales en la nueva casa presidencial.
¿Se han preguntado por qué razón Jiménez Espriú nunca llegó a la Rectoría de la UNAM, a pesar de ser un eterno aspirante?
La respuesta la vimos con toda claridad desde hace días y ayer mismo, cuando porros a sueldo –vinculados a Morena por la vía de Martí Batres y Claudia Sheinbaum- asaltaron el campus y protagonizaron una zacapela entre estudiantes y los llamados “porros”.
El objetivo de los disturbios –aquí lo dijimos aquel 22 de agosto- es que a 50 años del asalto del golpe de Estado a la UNAM, se podría repetir la caída del rector, para convertir a la Universidad Nacional en feudo de Morena y de los intereses populistas del nuevo Gobierno.
Lo curioso es que Morena y sus leales recurren a la violencia del Estado -disfrazada de porrismo-, porque en tiempos en que resulta pecaminoso decirle “no” al Presidente, el rector Graue le dijo “no” a López Obrador, convencido de que abaratar la calidad universitaria sería la muerte de la propia educación superior y de la universidad pública.
Y, sin duda, le asiste la razón al rector Graue. ¿Por qué? Porque durante décadas, la calidad educativa ha sido un objetivo central para las autoridades universitarias. Por esa razón –porque la calidad educativa es prioridad-, nunca llegó a la Rectoría el grupo de Javier Jiménez Espriú, al que los universitarios motejan “como los mediocres”.
Hoy, cuando políticos, empresarios, investigadores, intelectuales y periodistas se acomodan y alinean ante el nuevo Gobierno, la UNAM parece aislada y crecen las amenazas de que la tiranía de un Gobierno autoritario pretenda meter la mano, tirar al rector y acabar con la Máxima Casa de Estudios y su autonomía.
Por eso preguntamos lo mismo que el 22 de agosto pasado: ¿qué harán los universitarios para defender la Máxima Casa de Estudios, para defender la autonomía y la calidad educativa? ¿Aplaudirán la muerte de la UNAM? ¿Le dirán “no” al presidente López?
A tiempo.