México goza de la transición más tersa de los últimos tiempos. Quizá desde que Miguel de la Madrid le dejó el poder a Carlos Salinas de Gortari no habíamos visto tanta paz en el traspaso del poder.
En ese entonces, 1988, el Presidente entrante ya tenía los hilos del poder en sus manos antes de tomar posesión. Ahora tenemos a un Presidente electo que ya tiene bajo su control el destino del país de facto.
Pero no es sólo eso lo que hace terso el cambio. El propio Salinas pretendió retener el poder hasta el final y acabó de pleito y con crisis económica en el traspaso al presidente Ernesto Zedillo.
Lo que realmente encareció el inicio de los gobiernos de Vicente Fox, Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto fue la acción violenta de aquellos grupos llamados de izquierda que hoy llegan al poder.
Los rijosos de siempre hoy no causan desmanes y enrarecen el ambiente político porque lo tienen todo (menos Puebla); lo que queda es una tersa transición (menos en Puebla). No saben ser oposición; veremos si saben ser Gobierno.
Estamos a menos de 80 días de que tome el poder un hombre políticamente muy fuerte, como lo solían ser los Presidentes del PRI de la segunda mitad del siglo pasado, hasta que las crisis acabaron con esa omnipotencia. Pero la desmemoria nos juega muchas malas jugadas.
Andrés Manuel López Obrador será un Jefe del Ejecutivo con todos los hilos del poder a su servicio y con un amor extraordinario al protagonismo. Se nota la manera como se nutre del ejercicio del poder.
Y si su idea es la restauración de los tiempos de un Presidente fuerte, omnipotente, es lógico que quiera acompañarlo de la reimplantación del Día del Presidente. Aquel momento, cada 1 de septiembre, cuando el país se paralizaba, con un día no laborable, con cadena nacional, con los medios de comunicación a su servicio, para enmarcar la presentación del Informe de Gobierno ante el Honorable Congreso de la Unión.
La mezquindad de esos rijosos, que hoy están en la antesala del poder, terminó con un necesario ejercicio de interacción entre los Poderes Ejecutivo y Legislativo.
La violencia de la llamada izquierda mexicana acabó por encerrar a los Presidentes en actos privados y controlados para leer un mensaje político tras la presentación del Informe ante invitados especiales.
Siempre con el temor y la amenaza del boicot de los violentos hasta nuestros días. Ahí está el impresentable Gerardo Fernández Noroña tratando de irrumpir en el último mensaje con motivo del Informe de Enrique Peña Nieto para boicotearlo.
Pero el gran líder merece una gran ceremonia con toda la pompa y circunstancia de la vieja usanza presidencialista.
Que nos quede claro desde ahora que regresarán los Informes de Gobierno a San Lázaro. Seguro no serán tersos, pero seguro que tampoco serán violentos.
Más allá de la megalomanía que pueda interpretarse en el regreso de esta ceremonia cancelada hace una década, la parte positiva es que nuevamente habrá una interacción abierta entre los Poderes Ejecutivo y Legislativo.