Foto: Cuartoscuro | Archivo La mamá asegura no sentir miedo, por el contrario dice tener la fortaleza para buscar un mejor futuro que el que podría augurar en Guatemala con el bajo sueldo de su papá, quien era cobrador en un periódico  

MAPASTEPEC. Los niños corren, casi vuelan de la mano de sus padres que los impulsan a seguir su paso en la caravana, buscan un lugar entre los vehículos de carga que los trasladan hacia Mapastepec, Chiapas, y con ello dar un salto de 60 kilómetros en su travesía rumbo a Estados Unidos.

Los infantes piden agua, comida, descanso, lloran. Ya no quieren seguir. Sus caras enrojecidas contrastan con las de los adultos, quemadas y envejecidas como si los días de caminata hubieran sido años.

Entre ellos la más pequeña es Rachel, con 21 días de nacida, 11 de los cuales los ha pasado en el éxodo desde la salida de sus padres y sus dos hermanas de seis y cuatro años de edad del departamento de Retalhuleu, en la región sur occidental de Guatemala.

Yesenia Estrada es la madre de la bebé y hace lo posible por resguardarla del intenso sol, aunque sabe que cada rayo penetra y puede afectar la salud de la niña que luce ropa impecable, regalo de los mexicanos conmovidos por la bebé.

La mamá asegura no sentir miedo, por el contrario dice tener la fortaleza para buscar un mejor futuro que el que podría augurar a sus hijas en Guatemala con el bajo sueldo de su papá, quien era cobrador en un periódico.

En otro punto de la carretera, Johana Martínez, de Ceiba, Honduras, carga en brazos a su hija de cuatro años que solloza y sangra por la nariz, espera la llegada de una ambulancia de la Cruz Roja para que un médico la atienda.

Ella sabe que la salud de la niña sería un factor determinante para desisti, por eso espera que se encuentre bien; “ella no aguanta, si viniera yo sola podría seguir caminando, pero a ella le afecta mucho el calor”, expresa con los ojos perdidos entre la multitud que pasa.

Heydi Torres, de 15 años de edad, originaria de San Pedro Sula, amamanta a su hijo de tres meses en una cuneta de la vía rumbo a Mapastepec; salió de su país huyendo de las bandas criminales que extorsionan y amenazan.

“No tengo miedo, pero sí estoy muy cansada, mi hijo tiene tres meses y sé que corre peligros, pero esta es la única manera de buscar un mejor futuro”, afirma.

Las madres de familia tiran a su paso la ropa que se les ofrece, aunque saben que es necesaria es peso extra que no pueden cargar ellas ni sus hijos; hacen lo mismo con las botellas de agua, dejando a su paso basura que se mezcla con excremento y pañales.

Algunos automovilistas les permitían abordar en los lugares menos incómodos o en los que pudieran tener cerca a sus hijos; ellas agradecen el gesto y cargan a los niños para trepar con el riesgo de caer, como ocurrió a un joven de 25 años de edad, quien murió en el traslado de Tapachula a Huehuetán.

La voz de un niño cuenta cada paso, su enumeración alcanza 70, sus padres le han dicho que cuando llegue a mil estarán más cerca de su destino, contará mil y aún le faltarán miles de pasos más y sus padres no tendrán respuesta para el cansancio y el hastío.

Los niños se estiran para ver el paisaje verde y abundante de Chiapas a través de las tablas de una camioneta, se emocionan y gritan, alcanzaron un lugar, no tendrán que caminar ese largo tramo, al menos este día, pero aún les quedarán mil 749 kilómetros para llegar a la frontera más cercana de Estados Unidos con México.

JMSJ