El personaje perfecto: ese muchacho que era brillante, ejemplar, extraordinario, modélico, siempre el mejor de su salón y, cierto día, quizá en un afán de acomodarse a los nuevos tiempos o lo que le parecía moderno, mostró su peor versión; tanto como para verse fatal, para dilapidar su tan bien ganado prestigio internacional, para avergonzar a su país. ¿Cómo terminará la historia? ¿Con una resurrección en tiempo récord, suficiente para recuperar la corona perdida? ¿O con más lamentos y la incapacidad para volver a ser quien fue?

No hablo de algún futbolista sino de quien, a falta de opciones con mayor resonancia, apunta a ser el personaje más relevante de nuestro deporte en el segundo semestre del año: el césped del Estadio Azteca.

Tras el bochorno que tuvo como punto climático la fuga de México del mejor NFL Monday Night de todos los tiempos, no hay más para ese pasto que resurgir de las cenizas y volver a exhibirse tan verde y liso como antaño.

Rehabilitación que, de consumarse puntual para la liguilla, desnudaría una realidad: que la crisis de esa cancha comenzó mucho tiempo antes de la mudanza del duelo entre Kansas City y Los Ángeles, sin que se tomaran medidas drásticas para solucionarlo –como ahora sí se ha hecho, sólo una vez que desde el extranjero se nos evidenció.

Desde el inicio del certamen fue evidente que su condición sólo se degradaba. A cada compromiso con peor pinta y mayor riesgo para quienes ahí jugaban, tema exponenciado por la frecuencia y rudeza de uso: por si no bastara la actividad de América y Cruz Azul en meses tan lluviosos, se añadió un concierto de Shakira y hasta el maltrato que supuso un evento de Telehit. Siendo sinceros, muchos pudieron sorprenderse de que la NFL nos aventara, aunque no tanto de que el Azteca avanzara sin remedio hacia el precipicio cuando no canceló nada, cuando careció de reacción.

Los cuartos de final suponen un sendero bifurcado, especie de Y con las dos alternativas igualmente peligrosas: si no mejora, cerrará el año en un mínimo histórico y con lo que más puede doler a quien fue el mejor, que es transformarse en hazme-reír; si lo logra, desatará multitud de dedos acusadores, furibundos por constatar que mucho se pudo hacer ante la visita de la NFL y, ya por soberbia o negación, no fue efectuado.

La segunda es menos mala que la primera, mientras que ese legendario pasto suplica no ser por tan feas razones el personaje de nuestro deporte en el semestre que pronto cerraremos.

Twitter/albertolati

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