“¡Yo no soy Barra Brava, yo no soy delincuente, yo soy hincha de River, como toda la gente!”, podía escucharse un par de días atrás en el estadio Monumental de Buenos Aires, clamor que se elevó incluso más cuando ingresó el grupo ultra de los Borrrachos del Tablón: “¡Que se vayan todos, que no quede ni uno solo!”.

¿Llegó finalmente el momento en que ser barra brava se convirtió en algo no deseado, en ser paria, no más el idealizado anhelo de tantos niños de saltar y gritar con esos sectores violentos que en bloque producen miedo?

El futbol argentino no llegó por casualidad hasta el actual estado de permanente caos y amenaza. Varias generaciones de muchachos frustrados con su realidad, encontraron entre esas hordas el lugar idóneo para su particular catarsis: insultar, amedrentar, golpear, atacar, todo valía para ellos ahí, consentidos además por no pocas autoridades que sacaban provecho de esas bandas, sus primeros cómplices.

“El aguante”, como suele denominarse al apoyar a un equipo, nació permeado de nociones paramilitares y estoicas: más que para apoyar o amar, están en la grada para resistir.

Siendo evidente que ni con tan recurrentes escándalos esa historia iba a cambiar (por ejemplo, recordemos que un par de décadas atrás el árbitro Javier Castrilli suspendía un partido casi a cada fin de semana), acaso con el escándalo mayor al fin el futbol argentino se asome hacia algo distinto.

Martin Caparrós, tan maravilloso escritor como devoto aficionado de Boca, explicaba por estos días: “Qué fácil es hablar, como ahora los presidentes de Boca y River, de los “inadaptados”. Los violentos están muy bien adaptados a la cultura futbolera argenta: matar a los contrarios, morir por los colores, esas estupideces”. Adaptación que, esperan los más optimistas, pueda revertirse si esto en realidad se convierte en un punto de inflexión, un absoluto reinicio, un renacer con todas sus letras, un borrón y cuenta nueva.

¿A qué me refiero? A que si después de la final más bochornosa de la historia (dicho con certeza y sin que siquiera se haya jugado todavía su vuelta), esto no da un giro radical, entonces el futbol argentino continuará superando a cada año la profundidad de su infierno.

Esta final tiene que transformarse en su equivalente a Heysel y Hillsborough, con los que el futbol británico se modificó; el primero, por la brutalidad de los supuestos seguidores; el segundo por la negligencia e incapacidad policial para lidiar con ellos.

En medio del desastre una oportunidad, reafirmada por los cánticos de River deplorando a los Barras Bravas, en una historia en la que lo común es que toda ocasión de mejorar se desprecie.
Twitter/albertolati

Las opiniones expresadas por los columnistas son independientes y no reflejan necesariamente el punto de vista de 24 HORAS.