La preocupación por el bosque que rodea a la Ciudad de México y sus servicios, no es nueva. En 1535, ya se registran pugnas contra la Audiencia por haberle quitado el agua a Cuajimalpa para dársela a Santa Fe. En 1804, Humboldt llamó la atención a las autoridades virreinales sobre el efecto negativo de la pérdida del bosque que rodeaba a la ciudad y su directa relación con las inundaciones que periódicamente causaban estragos en el Valle de México.
Estas preocupaciones son tan vigentes hoy como lo fueron hace 500 años. Debido a la extracción excesiva del agua subterránea, la Ciudad de México se ha hundido, en promedio, alrededor de ocho metros los últimos 70 años. Este persistente hundimiento conlleva costos financieros escondidos exorbitantes cuando se piensa en las constantes reparaciones a las tuberías de agua, gas y drenaje que se deben realizar, así como reparaciones al Metro, túneles y edificios afectados por el hundimiento.
Además de los costos económicos, este hundimiento conlleva elementos de justicia social, pues los más severos se registran en las zonas de menores ingresos: Ciudad Netzahualcóyotl y Tláhuac. También conlleva elementos de justicia trans-generacional, por el riesgo de fracturas de la capa de arcillas del acuífero, debido al hundimiento y la posible infiltración de contaminantes comprometiendo el uso futuro del agua subterránea.
Al mismo tiempo, sin embargo, estamos reduciendo la oportunidad de la recarga al perder al bosque. Desde 1970 se ha perdido alrededor de 35% del bosque del sur de la Ciudad de México, principalmente debido a la agricultura y a la urbanización, mientras que esta última ha aumentado 400% en la misma región. Estamos pues en una encrucijada: o aprendemos a crecer sin mermar al mismo tiempo las bases ecológicas que son el sostén de nuestro crecimiento y bienestar, o colapsamos el sistema.
Esta situación ahora además se ve agravada con el cambio climático. Según el Observatorio Meteorológico de Tacubaya, en los últimos 130 años se ha registrado un aumento gradual tanto en la cantidad de lluvia que cae anualmente en el Valle de México, como en la intensidad de la misma a manera de aguaceros cada vez mas fuertes, lo cual reduce la posibilidad de recarga de los acuíferos.
Ante estos retos inéditos, hoy más que nunca, diversos sectores de la sociedad debemos aprender a trabajar juntos y a pensar diferente. Para empezar, es importante cambiar de paradigmas. Del punto de vista de la planeación, debemos dejar de pensar sólo en términos de jurisdicciones y también tomar en cuenta cómo nos relacionamos a través de las cuencas y los acuíferos. Esto significa ser corresponsables entre los que vivimos cuenca abajo y los de cuenca arriba: pagar al dueño del bosque por los beneficios recibidos, como el agua, y ellos cuidar el bosque para que siga dándonos de beber a todos, entre otros beneficios.
Otro cambio de paradigma requerido esta relacionado con la falsa dicotomía que hemos creado y creído entre “uso y conservación”. Debemos entender que los bosques de pino, encino y oyamel, con sus pastizales, son un sistema dinámico de origen boreal donde el “disturbio” forma parte del mantenimiento de este sistema. Un bosque bien manejado, favorece la regeneración natural y asegura mejores condiciones para resistir los efectos de la contaminación del aire, las plagas y los cambios en los patrones de lluvia. Su manejo genera al mismo tiempo empleos para sus dueños, la gente del lugar. Es decir aumenta el valor de uso para hacer frente al valor de cambio, por ejemplo a la urbanización.
En respuesta a esta situación, hace una semana se dio a conocer la Estrategia para la Conservación del Bosque de Agua, corredor montañoso boscoso de 250 mil hectáreas compartido por los estados de México, DF y Morelos, integrado por las sierras del Chichinautzin, Ajusco y las Cruces, y que alimenta los acuíferos sobre los cuales se encuentran asentadas las ciudades de México, Toluca y Cuernavaca.
La estrategia es una iniciativa de la sociedad civil organizada, y se logró gracias al apoyo de la Fundación Gonzalo Río Arronte, IAP, con la participación de diversos actores de los distintos sectores de la sociedad, gubernamental y no gubernamental. Busca ser una brújula y una guía para asegurar la integridad de la región y sus servicios ecológicos (incluyendo agua, captura de carbono, biodiversidad, regulación climática y esparcimiento).
Hasta la fecha, esta Iniciativa ha reunido a varias de las organizaciones más importantes del país como el Colmex, INE, UNAM, Conafor, Conanp, Conagua, Profepa, Pronatura, Reforestamos México, Funba, las secretarías de Medio Ambiente del DF y del Estado de México, entre mas de 200 participantes de alrededor de 100 organizaciones académicas, sociales, gubernamentales, ONG y empresariales. Como parte de la visión compartida se anhela que en el año 2030 se haya logrado la conservación del Bosque de Agua en su estructura, riqueza biológica y servicios ecosistémicos a los niveles registrados en 1950, y que sea valorado como patrimonio natural y cultural esencial de las metrópolis y de las comunidades rurales.
Estamos hoy ante el cruce de caminos y tenemos la oportunidad y la enorme responsabilidad de decidir sobre la trayectoria que seguirá esta región: si se logrará mantener y/o recuperar como un bosque con todos sus atributos y servicios ambientales beneficiando a una sociedad en crecimiento, o mantendrá el curso actual en vías de convertirse en un bosque transformado, urbanizado y mermado en sus funciones y servicios ambientales. Toca a la sociedad decidir.
* Biólogo mexicano egresado de la UNAM, Maestro en Ciencias en Desarrollo Internacional y Desarrollo Rural (Canadá, 1993). Actualmente dirige el proyecto Iniciativa Bosque de Agua relacionado a la conservación de los bosques que rodean a la Ciudad de México. El año pasado recibió el Premio al Mérito Ecológico-mención honorífica por participar, promover y gestionar la conservación y aprovechamiento sustentable de los pastizales de América del Norte, incluyendo los del desierto Chihuahuense. jhothvdm@gmail.com