Volver al origen no es sólo cuestión de coherencia y gratitud, sino, sobre todo, de aceptar quien se es, partiendo del indispensable de dónde se viene.

Es cierto que sin pasado no es fácil trazar un futuro, aunque mucho más para esos elegidos por el balón, que saltaron de las condiciones más marginales al máximo estrellato. No sólo por el escaso tiempo transcurrido entre una vida y otra, sino por el diametral giro experimentado en todo sentido.

La mayoría de esos cracks inevitablemente cambiaron, siendo no pocos quienes olvidaron su cuna y actuaron tan convencidos de que el glamur siempre estuvo en ellos. No así, Oribe Peralta, en imágenes surgidas al arranque de este 2019 echando una cascarita en plena cancha pedregosa dentro de La Partida.

Ese ejido de 3,800 habitantes en Coahuila, en cuyos baldíos descubrió la pelota, en cuyas áridas esquinas hizo goles de los que descienden los dos de la final de Wembley contra Brasil, en cuyas limitaciones halló la motivación para modelar tamaña carrera, desde entonces sediento por dar y aprender más –como ejemplo reciente, la forma en que gestó el tanto inicial de la final, tras acechar una entrega apretada de Jesús Corona.

A unos días de cumplir los 35 años, Oribe se esfuerza en cada entrenamiento con fe de devoto e ilusión de novato, como si continuara en La Partida o en esos inciertos comienzos de carrera, cuando vistió hasta seis uniformes en seis años. Finalmente, sólo con tenacidad logró resarcir el sueño de futbol frustrado de su padre, confinado a tercera división, jamás correspondido materialmente por esa pasión.

Peralta abrió el año en La Partida, regando un mensaje de esperanza en cuantos por ahí se lo toparon y confirmando lo que se sabe de él: que una medalla de oro olímpica, dos Mundiales disputados y demás títulos, no cambiaron nada en su esencia.

Confirmación para sus paisanos y cuantos mexicanos que desean una ruta similar a la del veterano, sobre cuál es el camino: trabajar con tanto empeño como ambición, a la par que se avanza sin dejar de ver el origen en el retrovisor: esa cancha polvorienta de la que salió y a la que periódicamente vuelve tan triunfal como ejemplar.

Twitter/albertolati

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