Algo de amor de verano se esconde detrás de los interinatos en el futbol: cierto aire de irrealidad, de provisionalidad, de mostrar la mejor cara a sabiendas de que a la vuelta de vacaciones ya se recuperará el gesto sombrío y enfrentarán las preocupaciones.
Desde antes incluso de que iniciara la temporada, José Mourinho enfatizó que con su plantel no le bastaba para aspirar a títulos. A eso siguió algo habitual en los terceros años del preparador portugués: pasar de chocar con el entorno, a hacerlo férreamente con sus jugadores.
De alguna forma, acaso sólo justificada por la millonaria indemnización necesaria para despedirle, el United siguió su camino con él, hasta que el clásico ante Liverpool desnudó su aridez de ideas; un equipo burdo, apelando a nada más que apilar jugadores en su área y colocar en la rival al más alto (Fellaini) a ver qué balón bajaba al pasto. De creación, de variantes, de sorpresas, de desafíos, de dinámica, de propuestas, nada.
Tan patético resultó aquello, que terminó por ser preferible pagar lo que fuera y consumar el divorcio. Entonces llegó un personaje escasamente reputado como director técnico no sólo a rescatar al equipo, sino a colocar curitas y antistamínicos en cada una de sus heridas. Hasta unas semanas antes, Ole Gunnar Solskjaer podía presumir logros, aunque siempre en la débil liga noruega. Más allá de eso, un breve paso por el futbol inglés, cerrado con el descenso del Cardiff City.
Ha sido llegar y arrasar, hasta ahora con seis victorias en igual número de partidos. De pronto su portero vuelve a obrar milagros, los postes vuelven a ser sus amigos, las circunstancias vuelven a resultarle propicias, más allá de que el United confirma que (contrario a lo que opinaba su anterior entrenador) dispone de uno de los mejores planteles del planeta.
Compromiso, derroche, alegría, amor propio, orgullo, afán de reivindicación, quizá basados en mostrar que el malo era quien dirigía y sus dirigidos meras víctimas.
Vale la pena recordar que de un interinato surgieron las últimas tres coronas europeas del Madrid o, por aferrarnos a Old Trafford, la era Alex Ferguson. Sin embargo, es difícil que lo provisional sirva a largo plazo: una cosa es el recurso emergente y otra lo requerido para un impacto duradero.
Mientras que unos piensan que la primera virtud de Solskjaer es no ser Mourinho, el ex goleador noruego sabe que su genuina prueba vendrá hasta que inicie un torneo.
Al tiempo, amor de verano, su United suma tres puntos a cada partido. Quién quita, de ese romance hasta puede emerger algún título. Así le sucedió al Chelsea con Roberto di Matteo: tanto gastar en estrategas definitivos, para alcanzar el trofeo más preciado con quien tuvo como esencial virtud pasar por la puerta cuando se ofrecía algún saca-de-apuros.
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