Hace apenas unos años, hacer acto de presencia en el Foro Económico de Davos, una exclusiva estación de esquí en los Alpes suizos, era un must para la élite mundial formada por empresarios, Jefes de Estado, investigadores de renombre, banqueros e incluso estrellas de Hollywood.
Desde su creación, en 1971, en este evento muy esnob en un sitio que parece extraído de un cuento de hadas y aislado del resto del mundo se codean, cada año en la cuarta semana de enero, las figuras más influyentes de nuestro planeta. El gran business trata de olfatear a la política de alto rango para conocer qué rumbo tomará, y viceversa. En medio se colocan científicos e intelectuales tratando de susurrar al oído de cada una de las facciones alguna idea brillante con la esperanza de que sea tomada en cuenta. El objetivo oficial de la reunión: debatir sobre cómo resolver los problemas de la humanidad. Los expertos más sesudos reflexionan en voz alta ante las cámaras de todos los continentes, y año tras año nos dejan las mismas preguntas sin respuesta.
En esta época, en la que la palabra “élite” hace resonar gemidos de malestar, el Foro de Davos puede elevarse al rango de símbolo de un mundo que desaparece poco a poco.
Claro, siempre es mejor juntarse e intercambiar opiniones que encerrarse en un minúsculo cuarto habitado por egoísmos nacionales. Sobre todo ahora, cuando las cuestiones realmente de peso se multiplican: la creciente rabia de las clases sociales hasta ahora “invisibles” por el cada vez más difícil acceso a los frutos del crecimiento económico (basta con ver los chalecos amarillos en Francia), las clases medias que se diluyen, todo un abanico de populismos y radicalismos que saca provecho de la situación para ganarse la simpatía de la opinión pública, el aumento de las desigualdades sociales, etcétera.
A todo eso se suma la revolución digital, comparable con la aparición en el pasado de la máquina a vapor, que por un lado nos facilita las tareas cotidianas; por otro, nos despoja de nuestra privacidad y pone en riesgo nuestra seguridad y nuestros puestos de trabajo.
Todo indica que Davos está perdiendo su brillo. Entre los tres mil asistentes no estarán varios de los más importantes líderes planetarios; ni Donald Trump, ni Theresa May, ni Emmanuel Macron, ni Xi Jinping, tampoco Andrés Manuel López Obrador.
Suben de tono las voces que exigen un nuevo capitalismo, alejado de los gráficos Excel mostrando tasas de crecimiento cortoplacista. Se pide un capitalismo que tome más en cuenta las necesidades del trabajador, de su entorno y del medio ambiente.
Y que acorte las brechas entre ricos y pobres, que parecen cada vez más insolentes. La ONG Oxfam International nos alerta que el presupuesto de salud de Etiopía equivale a 1% de la fortuna del hombre más rico del mundo, Jeff Bezos, dueño de Amazon. Actualmente 26 multimillonarios concentran tanta riqueza como la mitad de la humanidad. El fenómeno nos puede llevar a terrenos minados, extremadamente peligrosos.
¡Davos, haz algo!