En 1969, el pedagogo estadounidense Laurence J. Peter, profesor de la Universidad del Sur de California, estableció lo que se conoce como “el principio de Peter’’:

“En una jerarquía, todo empleado tiende a ascender hasta llegar a su nivel de incompetencia’’.

Dicho principio se puede aplicar, sin lugar a dudas, a varios personajes que integran el gabinete presidencial.

Nadie puede dudar de las intenciones de los funcionarios lopezobradoristas, pero en los hechos sus capacidades han dejado mucho que desear.
Ha sido el sector energético –en el que se habían centrado las esperanzas de inversiones multimillonarias para los próximos años- el que más ha padecido la improvisación y por ende de la ineficacia.

Puede ser que el director de Pemex, Octavio Romero Oropeza, haya sido un excelente oficial mayor del Gobierno del DF, cuando López Obrador fue jefe de Gobierno, pero ese cargo ni los que ocupó después –el más conocido fue el de “enlace’’ entre el Gobierno y la bancada de Morena en San Lázaro- lo prepararon para desempeñar eficientemente el cargo de director general de la empresa productiva del Estado.

Lo mismo puede decirse de la secretaria de Energía, Rocío Nahle, que como presidenta de la Comisión de Energía en la Legislatura pasada desempeñó un buen papel que, sin embargo, no le ha alcanzado para destacarse como responsable de la política energética del país.

Por el contrario, parte de la crisis que vive el sector se debe en buena medida a la falta de un programa de mediano y largo plazo que tranquilice a los mercados.

Como diputada, la actual secretaria de Trabajo, Luisa Alcalde, también tuvo intervenciones importantes, pero en los primeros dos meses como encargada de la política laboral del país ha demostrado que el cargo le queda grande.

Le estallaron 40 huelgas en maquiladoras, además de la huelga en la Universidad Autónoma Metropolitana, en un país que el sexenio anterior no había tenido esos problemas.

La funcionaria ha dicho que el tema de las maquiladoras “era local’’, pero lo cierto es que hubo un periodo de negociación para evitar que el conflicto estallara, y no se aprovechó.

Treinta mil empleos perdidos será el saldo del descuido.

La segunda parte del principio de Peter establece que “el trabajo es realizado por funcionarios que aún no han alcanzado su nivel de incompetencia’’.
Eso ocurría en administraciones pasadas, en las cuales los Presidentes también tuvieron a sus Peters en el gabinete, con una diferencia: se rodeaban de funcionarios que sí sabían del tema.

En esta administración eso no es posible.

Todos los mandos medios y superiores han sido despedidos u obligados a retirarse por dos razones: la primera, que están bajo la sospecha de servir “a la mafia del poder’’ y la segunda, la reducción de sus percepciones.

Así, quienes hoy detentan responsabilidades de secretario y subsecretario de Estado, con sus notables excepciones, parecen haber llegado a la etapa en la que se les puede aplicar el “principio de Peter’’.

El propio López Obrador no puede estar ajeno a lo que pasa en su gabinete porque al final, por mucho voluntarismo que demuestre, si sus colaboradores son ineficientes, el costo lo pagan él y su administración.