La omnipotencia del presidente Andrés Manuel López Obrador se refuerza con una mayoría legislativa, que salvo en casos como la actual discusión para conformar la Guardia Nacional, no se encuentra con ningún obstáculo para conseguir las modificaciones legales que le den forma a su proyecto.
Pero esa figura todopoderosa está claro que tiene oídos a voces no siempre coordinados.

Deben ser muy pocos los que tengan acceso a emitir un consejo que pudiera ser escuchado por el Presidente. Pero entre las filas de los que tienen ese privilegio hay figuras que poco tienen en común entre sí.

Es un círculo tan cerrado que es difícil saber cómo opera y en qué proporción hace caso a las posturas divergentes, pero hay acciones del Presidente que dejan ver que hay un choque de conciencias y de puntos de vista en torno a su proceso de toma de decisiones.

Un primer choque entre esos grupos tan divergentes se dio con la decisión de cancelar la construcción del aeropuerto de Texcoco.

Antes de octubre había la certeza de que se mantendría su edificación, y en algún momento vino el giro hacia lo radical, y sabemos la historia.

Sin chistar, personajes de la talla de Alfonso Romo o Carlos Urzúa, ambos del primer círculo presidencial, repetían abiertamente en cualquier foro donde les preguntaban que tenían la certeza de que se mantendría la construcción del aeropuerto con sus respectivos cambios.

Pero, ahí dentro del ambiente íntimo del Presidente, empezaron a operar las fuerzas más radicales, terriblemente oscuras, de aquéllos que creen que cambiar es no dejar piedra sobre piedra y lograron imponer la farsa de la consulta ciudadana que derivara en la decisión de destruir lo avanzado.

No sólo se anuló esta inversión, además de la posibilidad de potenciar el crecimiento y la confianza en el país, sino también se nulificó la voz de los más prudentes.

Los moderados perdedores no se atrevieron a renunciar y el Presidente no los marginó. Pero sus voces se apagaron.

Hasta ahora que en lo que va de la semana se han dado muestras de que ambas voces operan activamente en los oídos presidenciales.

Los prudentes llevaron al presidente López Obrador a sentarse junto con los integrantes del Consejo Mexicano de Negocios el lunes y a echar para atrás la aberración legislativa que pretendía dar poderes imperiales al director de Petróleos Mexicanos.

Pero, al mismo tiempo, en la oreja izquierda le chillan al Presidente voces que lo llevan a condenar a la sociedad civil, a dejarla sin recursos para su operación organizada y a acusarlos del terrible delito de ser de derecha.

A la luz de ciertos bandazos, parece que en un hombro de López Obrador hay un diablito radical tratando de impulsar la destrucción total y del otro lado, un angelito más conservador que le habla de las ventajas de no acabar con todo lo que se encontró construido al llegar al poder.