Populista sin complejos, nacionalista, soberanista, hostil hacia la migración, tradicionalista, así se autodefine Steve Bannon, el principal estratega político de Donald Trump, quien llevó a la Casa Blanca al actual Presidente, y que durante más de medio año le ofreció al mandatario sus leales servicios como consejero.

Primero sacudió los cimientos del sistema político en Estados Unidos. Desde el año pasado, Bannon, de 65 años, pretende repetir la hazaña en Europa. Concretamente, se propuso crear una especie de Internacional Populista en el Viejo Continente tejiendo alianzas entre todas las fuerzas políticas enemigas de la globalización, al servicio de las élites “antipueblo”, las que combaten el establishment de Bruselas, cada vez más contestado. En otras palabras, se trata de instalar el “trumpismo” en Europa, de cara a las elecciones europeas del próximo mayo.

Bannon es hábil, sabe seducir, conoce a la perfección no sólo el contexto europeo, sino los mecanismos del marketing político para triunfar. Nadie olvida que hizo ganar a Trump; ¿cómo?, con el Big Data, canales de comunicación anti-mainstream media y el manejo de redes sociales destinado a ganar clientela rápidamente.

Un rol no menor juega en esta historia, a su favor, su aspecto cool, cuidadosamente descuidado, casi opuesto al estereotipo de conservador extremo. Resulta carismática su costumbre de citar a Shakespeare, Sun Tzu, a algún griego antiguo, contar anécdotas que entren en el marco de su filosofía que él mismo llama “racionalismo apocalíptico”.

A sus cantos de sirena sucumbieron todos los grandes líderes de la extrema derecha europea, que lleva varios años ganando terreno en sus respectivos países. Hace unos meses me tocó ver a Bannon en calidad de rockstar en el congreso del Frente Nacional, ex partido de la ultraderecha francesa de Marine Le Pen. “¡La historia está de nuestro lado!”, lanzó el estadounidense ante una multitud en éxtasis.

En su gira por Europa se hizo incondicional de las figuras clave de la oleada populista: el vicepresidente de Italia, Matteo Salvini, y el jefe del Gobierno húngaro, Viktor Orbán.

No oculta su admiración por ambos. Tiene una excelente relación con la extrema derecha de Holanda, Dinamarca y Finlandia. Comulga con las ideas de la alemana ADF, la española Vox, con el derechista canciller austriaco Kurz. Se entiende con el padre del Brexit, Nigel Farage, con el Gobierno de Polonia; en fin, sus tentáculos llegan a todos los rincones de la Unión Europea.

El que también fue asesor del actual Presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, recurrió a una maniobra audaz en pleno corazón de la Europa institucional, Bruselas. Ahí creó, junto con el político belga Modrikamen, The Movement, un think tank de extrema derecha antieuropeísta -un “motor evangelizador”, como lo bautizó él mismo- para allanar el camino hacia el triunfo de la revuelta populista mundial.

El centro, financiado con donativos privados, prospera como prosperan los lemas del movimiento: devolución de la soberanía a los Estados-nación, más controles de la migración, fronteras más vigiladas, lucha contra el islam radical.

¿Servirá a Trump, Bannon para desgarrar las costuras de Europa? El tiempo nos dará la respuesta.