Viéndolo bien, habríamos de estar sorprendidos de que no haya sucedido antes: que la resistencia en contra de albergar mega-eventos deportivos, tan contagiada de frontera en frontera, tan al alza en los últimos quince años, no se uniera internacionalmente para crear un frente global.

Grupos adversos a que Los Ángeles reciba los Olímpicos de 2028 se unirán este verano a sus pares japoneses de cara a Tokio 2020. La idea es aprovechar la conmemoración de un año para iniciar los Juegos en la capital nipona, a fin de integrar a disidentes de diferentes confines del planeta.

 

Todos ellos, enlazados pos un ideal: el no estar de acuerdo en que su ciudad o país organice una competición deportiva de ese tamaño. O, al menos, en que no lo haga desplazando a gente de sus viviendas, encareciendo y haciendo elitistas zonas residenciales que solían ser asequibles para la clase trabajadora, generando un daño ecológico, endeudando a un país, obviando las promesas iniciales, erigiendo infraestructura que en muchos casos apenas volverá a ser utilizada, propiciando que el deporte no sólo sirva a intereses corporativos sino incluso políticos.

El único futuro posible para Olímpicos o Mundiales ha de depender de dos condiciones: la primera, lograr que estos eventos sean pagados en principal medida por fondos de la iniciativa privada (y claridad total al explicar las supuestas cifras de beneficio); la segunda, sólo postular a un sitio toda vez que se haya efectuado el pertinente plebiscito.

La animosidad por recibir unos Olímpicos se manifestó por primera vez con fuerza en el proceso rumbo a Atenas 2004. No hacía falta ser economista o catedrático en finanzas para entender que los griegos estaban gastando lo que no tenían con tal de devolver el fuego de Olimpia al pebetero de Atenas. Sin embargo, y pese a los cocteles molotov lanzados contra sucursales bancarias o las marchas de grupos anarquistas, no supuso nada similar a lo que después vería Londres para 2012 y, sobre todo, Brasil tanto para 2014 como para 2016.

Hoy es común que cada lugar que busca organizar una justa deportiva grande, escuche masivas voces de inconformidad. Ha sido factor para que muchos desistan o abandonen la carrera, así como para que el Comité Olímpico Internacional haya decidido amarrar a París para 2024 y Los Ángeles para 2028, consciente de que si desechaba a una, podía arrepentirse después.

Lo de este verano no hará que Tokio o Los Ángeles renuncien a sus respectivos Olímpicos. Quizá sí que los anfitriones comiencen a efectuarlo con otra responsabilidad. No sólo tirar la fiesta para agasajar al mundo, sino pensando en el día después y en la vida de quienes pondrán los impuestos para pagar tanta parranda.

Twitter/albertolati

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