Entre las muy escasas leyendas que continúan en activo en el futbol de élite –y cuando digo escasas, hablo de quizá no más de cinco con semejante tamaño histórico–, ninguna más injustamente tratada que Iker Casillas.

Un tipo que no sólo ganó todo, sino que además lo hizo como el más honorable capitán y siendo decisivo para cada una de esas conquistas.

El niño al que literalmente sacaron del colegio para que viajara a Noruega a su primera jornada de Champions con el Madrid. El adolescente que no tardó en ganarse el puesto, silenciando a quienes, año con año, le traían competencia o dudaban de su solvencia. El joven que aprovechó los guiños del destino para encumbrarse a los 21 años: en la final de la Liga de Campeones de 2002 a la que sólo ingresó tras la lesión de su colega César; en el Mundial de Corea-Japón, titularidad que le rebotó por el corte que Santiago Cañizáres sufrió en un pie tras la caída de un frasco de loción. Dos coincidencias tan absurdas como predestinadas, Iker pisó mayo de 2002 como suplente de todo y para fines de junio ya era el portero más respetado del planeta.

Entre 2008 y 2014 le veríamos recibir los principales trofeos, no sin antes salvar a España contra Alemania en la final de la Eurocopa jugada en Viena y contra Holanda en la del Mundial 2010 del Soccer City. No es exagerado asegurar que, sin sus providenciales reflejos, España seguiría en promesa y fiasco.

Desde entonces ya tenía derecho a ir por la vida como monumento de carne y hueso, pero tuvo un choque frontal con José Mourinho en 2011 que le dejó cruelmente marcado (el mismo Mou que meses antes le promoviera para Balón de Oro). Qué fácil fue estigmatizar a quien para entonces ya estaba más allá del bien y el mal: traidor, soplón, antimadridista y, por ende (¡conexión ridícula!), casi antiespañol.

Para quien siempre supo ser triunfador sin tener que ver en el rival a un enemigo, era imposible adecuarse a las imposiciones del maniqueo Mou. Casillas contactó con sus compañeros de la selección que militaban en el Barcelona para invitarlos a la concordia en unos clásicos que de tan agresivos ya eran vergonzosos. Desde la trinchera y la paranoia, Mourinho le condenó.

Si el mayor castigo en la antigüedad era el destierro, Casillas lo padeció. Se fue del Madrid sin los honores pertinentes, por una puerta trasera, como si abundaran los jugadores españoles que habían ganado tanto.

Con el Oporto volvió a los milagros y bien hubiese merecido ir en Rusia a su quinto Mundial, aunque fuese como suplente. Blanco de dos fuegos, el de los madridistas más radicales por el legado gamberro de Mou y el de los barcelonistas por haber sido merengue, se olvidó que se trataba de una gloria.

Con el tremendo susto de este miércoles, acaso se atrevan a recordarlo. De preferencia con letras grandes y doradas, que no hace falta una tragedia para valorar a un grande como Iker Casillas.

 

 

Twitter/albertolati

Las opiniones expresadas por los columnistas son independientes y no reflejan necesariamente el punto de vista de 24 HORAS.