París, Francia.- En los últimos meses, algo ha cambiado en el paisaje de las principales ciudades francesas, particularmente en los rincones más emblemáticos de esta capital. Cada sábado por la tarde se registran verdaderas batallas campales entre manifestantes y policías que han provocado destrozos considerables en sitios de fama mundial como la avenida de los Campos Elíseos.
Los denominados Chalecos Amarillos han logrado consolidarse como una alternativa a las formas tradicionales de hacer oposición en Europa. Se trata de un movimiento nacional que surge a fines del año pasado como protesta por el incremento a los precios de los combustibles. La medida fiscal adoptada por el gobierno del Presidente Emmanuel Macron fue percibida como un duro golpe para la economía de millones de franceses de clase media y baja, que, aunque pudiera parecer improbable en un país como éste, viven en estado de precariedad aguda.
Impulsado a través de las redes sociales, proveniente del interior, este fenómeno social se tradujo rápidamente en una protesta nacional que fue sumando adeptos y exigencias. Los Chalecos Amarillos han logrado mantenerse alejados de las estructuras de los partidos políticos, carecen de una organización interna y se nutren del hartazgo de un importante sector de la sociedad que ha decidido romper los vínculos con los círculos de poder.
Sus demandas han ido creciendo. Primero fue la anulación al aumento de las gasolinas. Vinieron después otras exigencias tan disímbolas -un pliego de 45 puntos- como la creación de un referéndum de iniciativa ciudadana, la reducción de las cuotas en las carreteras, la desaparición de ciertas multas, el aumento salarial, reformas educativas y al sistema de salud pública, aumentos a las jubilaciones y, quizá la más reveladora, la renuncia del Presidente Macron.
Las imágenes de las confrontaciones violentas en las calles de París y de otras ciudades reflejan el radicalismo que ha invadido a quienes apoyan las causas de los Chalecos Amarillos. Sin liderazgos internos, el escaso diálogo con el gobierno de Macron y su primer ministro, Édouard Philippe, no ha logrado reducir la presión social, pese a las importantes concesiones hechas por el Palacio del Elíseo, sede de la presidencia francesa.
Por su alcance social y la firmeza de sus demandas, el movimiento Chalecos Amarillos ha logrado trastocar a la clase política de este país. Su fortaleza radica en una de las grandes debilidades de Francia que es la creciente brecha entre las principales urbes, sus respectivos suburbios y las zonas rurales.
A casi dos años de haber llegado al poder, Emmanuel Macron enfrenta el desgaste de una presidencia que ha tenido que pagar el costo de una creciente pobreza, ubicada, de aucerdo con los últimos datos oficiales de 2016, en un 14% de la población. Si bien esta tasa es una de las más bajas en Europa, el divorcio entre un sector de la población y su respectivo gobierno parece haberse consumado. Las elecciones europeas del proximo 26 de mayo serán el termómetro de lo que hoy se vive en Francia.
Segundo tercio. Este sábado, como ocurre cada fin de semana desde el pasado mes de noviembre, se esperan nuevos disturbios en París. Los enfrentamientos han cobrado la vida de una decena de personas en diversos puntos del país. No se vislumbra una pronta solución.
Tercer tercio. En México se busca emular lo que hoy ocurre en Francia. Los Chalecos México no han logrado consolidarse como una opción seria. Su único motor es el odio hacia el Presidente López Obrador, sin que existan alternativas serias.