Si los cimientos de las finanzas son removidos por la ambición, los de la política lo son por la empatía.

 

La reunión del Consejo europeo del día de hoy se convertirá en el relanzamiento monetario más importante en los últimos años. Un fondo superior a los 130 mil millones de euros se pondrá sobre la deteriorada recesión para generar múltiples externalidades positivas. Recordar al Plan Marshall es reflexionar sobre la economía de la guerra. Sobre los inválidos fundamentos de la economía de mercado. Sin consumo no hay mercado.

 

La primera de las externalidades impactará sobre el consumo y el crédito, elementos torales de la economía doméstica.

 

La segunda externalidad impactará sobre la alicaída política comunitaria. Angela Merkel se encargó de ahogarla hasta provocar, en la sociedad europea, una especie de anomia. Malestar de los griegos por el despojo de sus arenas de decisión; malestar de los españoles por los prolongados recortes de gasto; malestar en los franceses por el incremento del desempleo; malestar en los irlandeses por las pillerías bancarias.

 

La Unión Europea tendrá que reinventarse a través de la unión fiscal y bancaria. Elementos que el presidente francés introducirá para, ahora sí, culminar con la época Merkozy.

 

La noche de ayer, Hollande recibió una llamada telefónica del presidente Obama. El encargo del presidente que intentará reelegirse en noviembre fue la relajación del gasto olvidando los parámetros impuestos por Bruselas (Comunidad Europea) y Fráncfort (Banco Central Europeo). Obama sabe muy bien que para verse como presidente nuevamente su economía tiene que mejorar de manera urgente. Con la campaña electoral en la esquina, Obama se conformará simplemente con los inmediatos ajustes que realice la Comisión Europea en el sector bancario. En particular, en el tema del crédito. La expansión del mismo incentivará a los europeos a volver a creer en sus políticos. Algo de psique por muy inútil e irracional que parezca.

 

Hollande leyó muy bien el mapa en el que se movió su antecesor, Sarkozy. Comprendió que los liderazgos nunca se comparten. Quien lo intenta, esclavo es. Sarkozy delegó en Merkel la política exterior (en particular la europea) francesa en el peor de los momentos, es decir, en la recesión. Las contra políticas keynesianas se encuentran en el ADN alemán. Los economistas, como los grandes chefs, saben que el tiempo es el principal ingrediente en sus decisiones. De nada sirve tener el mejor arroz si los cálculos del tiempo no se estiman con prudencia. No se trata de apelar a la irresponsabilidad de subir al helicóptero schumpeteriano para arrojar el dinero desde las alturas.

 

Pero tampoco se trata de olvidar las fórmulas que pueden detonar el crecimiento. La receta de Hollande es viajar en dos vías. Crecimiento y aletargar la disminución del déficit un par de años. El presidente francés sabe que Alemania y Francia incumplieron las condiciones impuestas por la Comisión Europea hace casi diez años. No hubo penalizaciones gracias al crecimiento del PIB. Tampoco el desempleo crecía. Pocos los llamaron a cuentas. El Banco Central Europeo les aplicó un pellizco de monja. Tampoco había crisis gubernamental como la que le heredaron a Papandréu en Grecia. Algo más. Clinton y después Bush, no tenían la necesidad de hablarle a Chirac para pedirle que reculara en su política de gasto.

 

Pero ahora llegamos a la peor crisis del euro en su corta historia. Lo mejor que le pudo pasar a la Unión Europea es la llegada de Hollande. Avisó que rompería el paradigma Merkel, y en menos de 100 días de gobierno lo comienza a hacer. Hollande no es mago. Simplemente quiere ser estadista.

 

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