Martes 8 de noviembre de 2016, en Palacio Nacional. Esa noche, México y su Gobierno recibían con extrema preocupación la victoria electoral de Donald Trump. En la sala contigua a la oficina del secretario de Hacienda, el equipo cercano al entonces titular, José Antonio Meade, hacía sus primeros cálculos sobre los costos económicos y políticos que nuestro país asumiría tras la derrota de la candidata demócrata, Hillary Clinton.
El panorama no era alentador para la relación con Washington. El tipo de cambio sería el primer termómetro del nerviosismo con el que se recibió la noticia de que uno de los peores enemigos de nuestro país llegaba como huésped de la Casa Blanca. El precio del dólar pasó, desde esa noche hasta el día de la toma de posesión en enero de 2017, de 18.50 a casi 22 pesos. Ante las amenazas del nuevo mandatario estadounidense, México no podía quedarse de brazos cruzados y no lo hizo.
A escasos días de que Trump jurara como nuevo mandatario norteamericano, el entonces presidente Enrique Peña delineó la hoja de ruta que su gobierno habría de seguir en sus vínculos con Estados Unidos.
Todos los temas de la agenda bilateral debían estar sobre la mesa, incluyendo seguridad, migración y comercio. México no aceptaría nada en contra de su dignidad como país ni como sociedad. Los principios básicos como la soberanía, el interés nacional y la protección de los connacionales no estarían a discusión.
En el caso de las negociaciones de carácter comercial, la instrucción fue profundizar la integración económica, mantener el libre flujo de remesas, brindar certidumbre a la inversión, proteger los empleos y defender el interés de México.
Nuestro país exigió a Estados Unidos trabajar para detener el tráfico ilegal de armas y el dinero de procedencia ilícita, llevar a cabo los procesos de repatriación de personas de manera ordenada y asumir como responsabilidad compartida el flujo de migrantes que pasa por territorio nacional.
La estrategia de México fue objeto de un apoyo unánime, expresado de forma abierta y sin cortapisas. La noción de Estado estaba muy por encima de cualquier diferencia política. El Senado de la República, la Conago, el Consejo Coordinador Empresarial, el Poder Judicial y la clase obrera no tardaron en expresar su respaldo.
Las condiciones actuales son muy diferentes. México llega a Washington con un equipo negociador encabezado por el talentoso Canciller Marcelo Ebrard, pero sin una hoja de ruta que establezca límites y objetivos en la mesa de conversaciones. Simplemente, por la ausencia de visión internacional del Presidente de la República, quien ha preferido convocar a un evento masivo, en la frontera norte, para la defensa de nuestra dignidad. Como si esto fuera suficiente.
Segundo tercio. No conozco al señor Roberto Velasco, comunicador de la SRE. Por haber ocupado el mismo cargo, he tenido oportunidad de conversar con todos los voceros de Cancillería de los últimos lustros y haber participado en cientos de reuniones como en la que aparece el titular de la DGCS. Qué chica se ha quedado la oposición en redes sociales con la crítica por la famosa foto de los cacahuates. Con temas de fondo tan delicados, la estrategia es intentar linchar al funcionario por este tema banal. Quedan mal y debiendo los críticos del nuevo gobierno. Y conste que habla uno de ellos.
Tercer tercio. Mi amigo el canciller dice el embajador consorte. Buena broma.