En memoria de Ramón Córdoba

El diálogo inicial parecía seguir un libreto repetido enésimamente.

Yo, incrédulo siempre del honor de tener por editor al gran Ramón Córdoba, empezaba por pedirle que me disculpara la molestia. Él, tan generoso como pleno en sentido del humor, me respondía que era inmolestable, que hablara sin reparos, que nada le molestaba.

Molestias mías que, sin embargo, fueron demasiadas e imprescindibles para que mi primera novela, Aquí, Borya, se imprimiera apegada a mis sueños e incluso los superara. Aunque Ramón, como ante todos quienes tuvimos la suerte de topárnoslo en los caminos de las letras y la vida, era un experto en restarse importancia, en hacer como que el mérito no era con él, en saltarse ágil al rincón ajeno a reflectores.

Ya después sostenía fuerte las páginas engrapadas, como si con los dedos captara texturas escondidas en el texto. Bajaba y subía la cabeza hacia los hombros, de vez en vez asentía. Entonces realizaba una indescifrable mueca y no sólo revelaba al escritor la clave que le haría mejor, sino que lograba convencerlo de que él no había tenido nada que ver con el hallazgo, asumiéndose como una especie de médium que acerca al autor a la mejor posibilidad de sus renglones.

¿Con cuántos genios de la literatura colaboró, a cuántos pulió y cuántos libros iluminó? Pese a tantísimos encuentros y preguntas mías, me enteré de la mayor parte de ellos por amigos en común. Por ejemplo, que Carlos Fuentes le apodaba el rey de los editores.

Desconozco cómo haya sido su relación con los demás (y mucho más celebres) novelistas. En mi caso, nunca olvidaré que terminadas las correcciones de Aquí, Borya, mostré mi extrañeza de que no quisiera modificar nada más, que cambiara relativamente poco. Risueño, me dijo mientras agarraba con firmeza mi hombro: “Eres mi primer editado que pide más edición, normalmente me pasa al revés. La máquina de relojería de tu novela así funciona, no la echemos a perder. Déjala, que ya no es tuya. Suéltala”. Semanas más tarde, gracias a su intermediación, Xavier Velasco, cuya amistad también le debo, aceptó acompañarme en la presentación.

Cuesta mucho trabajo hablar de él en pasado, cuando hasta el último momento estuvo tan pleno, apasionado, alburero, cálido, entregado, culto, profundo, simpático, amable, como siempre.

Descanse en paz Ramón Córdoba. Un mago que disfrutaba disfrazarse de persona normal. Innumerables libros le agradecen, innumerables libros le lloran.

Twitter/albertolati

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