Con un año de moratoria, pero Matías Almeyda terminó por derrotar a José Luis Higuera.
Porque la imagen del directivo, su credibilidad, la confianza de la afición en su trabajo, nunca se recuperaron de la determinación de destituir al director técnico que había devuelto al Club Deportivo Guadalajara al camino de los trofeos. Y no sólo eran los títulos, sino un nivel de simbiosis que rara vez brota entre gradas y entrenador –todavía recuerdo el diálogo que sostuve con Matías unas semanas antes de su salida. “No nos dejes”, le dije en plural, entendiendo que el entrenador sabía de mi pasión por esos colores. “No los dejo, ellos me quieren dejar a mí”, sentenció con semblante triste.
A la salida de Almeyda siguió un debilitamiento progresivo del plantel, complementado por una total pérdida de identidad dentro y fuera de la cancha. Pepe Cardozo llegó y se fue más como víctima del desastre que como causa; un histórico de la institución como Alberto Coyote fue presentado con demasiado bombo para ser indignamente removido al cabo de un partido; Tomás Boy entró a prueba por cuatro jornadas y le bastaron tres de doce puntos para quedarse.
Al tiempo, Oribe Peralta emergía desde el América confirmando que todo (convicción, identidad, valores) se ha hecho relativo en el Chiverío. Lo que se creyó se puede dejar de creer, como lo que se dice se desdice bajo pretexto de ser excepción.
Higuera fue parte de momentos gloriosos, como la primera liga en más de una década y al fin acudir al Mundial de Clubes. Todo borrado en la memoria, porque a esa conquista liguera han seguido varios torneos sin calificar y porque en ese Mundial de Clubes la bandera rojiblanca se arrastró.
Más grave incluso que los recurrentes fracasos y sus absurdas decisiones, fue su protagonismo, su necesidad de atención, su verborragia. Personaje deseoso de sus quince warholianos minutos de fama, Higuera convirtió su gestión en un trampolín hacia los reflectores, hacia el regodeo en la pretensión. Pose más molesta cuando se arrastraba el prestigio de la institución y él parecía más concentrado en lucir simpático u osado.
Al tiempo, ese Guadalajara, capaz con Almeyda de ganar tantas finales, comenzó a pisar el césped exhibiendo una cuenta regresiva para su autodestrucción.
Inmolado el club, sin rastro o esbozo de proyecto, a Amaury Vergara le toca rehacer sobre cenizas. La primera columna que necesita levantar está hecha de un material no disponible en el mercado, tan difícil de obtenerse como fácil de perderse: empatía con la afición.
Quizá por eso el común de los chivas celebran la partida de Higuera. Quizá por eso ignoran sus claros entre tantos obscuros. Quizá por eso piensan que, a partir de ahora, todo mejorará…, como si fuera tan sencillo.
Twitter/albertolati