El sismo que provocó la renuncia de Urzúa fue mucho menos intenso de lo que debió ser. Sí, claro que se disparó el dólar. Sí, claro que la bolsa tuvo pérdidas. Sí: la inversión pondrá un poco más de tierra de por medio. Y sí, la conmoción en redes y medios fue importante. Así y todo, creo que no sacudió suficientemente nuestras certezas.

En efecto, la carta de despedida del ex secretario es demoledora. Lo es porque si bien no ofrece nombres y sí cumple con la cortesía de dar las gracias al Presidente, hace un diagnóstico de la 4T que confirma lo que temíamos los más escépticos. ¿Qué describe Urzúa? Una Hacienda infiltrada de incompetentes, sin la menor preparación; una multiplicación de conflictos de interés, o sea, en buen cristiano: corrupción. Y, claro, medidas impuestas por criterios ideológicos, y no técnicos. En breve: Urzúa, que era el rostro moderado del régimen, que vendía sensatez, se fue por patas porque no hay secretario de Hacienda que mantenga a flote el barco cuando Texcoco, cuando la necedad de Pemex, cuando Santa Lucía, cuando el Tren Maya, cuando el
delirio de Dos Bocas.

Si digo que el sismo no tuvo la intensidad debida es porque noto que la noticia no terminó de calar en muchas personas sensatas que decidieron darle un voto de confianza a López Obrador, ésas que decían que no se daría un tiro en el pie, que cuando su jefatura en el DF dio muestras de pragmatismo. Que son las personas que en los últimos días repetían los llamados tipo: “Señor
Presidente, es una ocasión inmejorable para que rectifique, se deje asesorar por los que saben y recupere la confianza de los inversionistas”.

El llamado tendría sentido si se cumpliera un requisito: que el mandatario se convirtiera en otra persona. Porque un llamado así o proviene de la desesperación o proviene de la ingenuidad. Parece que no lo conocieran.

Y es que, gente querida, nunca se trató de ser sensato. De lo que se trata es de reinventar la realidad según las ideas de un solo hombre, y de desbaratar el Estado para ponerlo nuevo, roto, disfuncional, al servicio de ese hombre y esa reinvención devastadora.

Por eso se van Urzúa o Germán Martínez, y por eso seguirán a pie firme Nahle o Álvarez-Buylla. Porque se trata, precisamente, de darse un tiro en el pie.

Regímenes unipersonales, que les llaman. De López Portillo, a Fidel, a Maduro, comparten esta característica: cada vez que el líder se dispara en el pie, al que le duele es a ti, al ciudadano.

Ojalá no tengas que curarte las heridas en el IMSS.