En 1774, Edmund Burke fue electo como miembro del Parlamento del Reino Unido, por la ciudad de Bristol. La intensa actividad de las semanas recientes en el Senado de la República me ha hecho recordar el histórico discurso de Burke, en el que resaltó la importancia del trabajo de los legisladores como el vehículo para llevar a cabo acciones no con base en intereses personales, sino persiguiendo el interés de la totalidad. En nuestro caso, los senadores debemos siempre trabajar para ejecutar los cambios que nuestro país necesita y que beneficien a toda la población.

El discurso de Burke es importante porque pone de manifiesto la vocación de quienes integramos el Poder Legislativo. Una vez que formamos parte de él, nuestros intereses personales deben desaparecer para convertirnos en promotores del bien común. Por ello, todas las acciones realizadas por el grupo parlamentario de Morena no han estado enfocadas en trivialidades personales, sino en lograr el proyecto de nación que hemos impulsado desde hace años. Esto incluye, por supuesto, asegurar el adecuado funcionamiento interno del Senado, para lo cual se requiere de unidad y consenso, dejando de lado cualquier interés que pueda resultar hostil hacia el cumplimiento de nuestra labor.

Por estas razones, ser un buen legislador —señala Burke— es una tarea difícil. Especialmente en estos tiempos, cuando estamos haciendo frente y tratando de eliminar todos los vicios que hemos heredado del pasado. Ante estas dificultades, es entendible el comportamiento de quien se deja llevar y prefiere enfocarse en proyectos personales, no en la transformación de nuestro país. Afortunadamente, la gran mayoría de los legisladores nos encontramos unidos y listos para cumplir con la responsabilidad que la ciudadanía nos ha encomendado.

Resulta evidente que quienes estamos comprometidos con el bien común enfrentaremos los embates de aquéllos que no han logrado comprender que nuestra tarea trasciende cualquier asunto personal. Como integrantes del Legislativo debemos ser tolerantes, privilegiar la armonía, tener empatía con las realidades de las otras personas y participar en un diálogo permanente con los demás, poniendo siempre por delante a la totalidad y no a nuestra personalidad. Esto no es una receta ni una serie de consejos o mejores prácticas. Es la manera en la que los senadores debemos conducirnos.

Si logramos trabajar coordinadamente para lograr objetivos comunes, entonces no habrá espacio para la calumnia, la intolerancia y los arrebatos sin oficio, que flaco favor le hacen a un país que acaba de empezar un proyecto de transformación para, por primera vez, atender de manera efectiva y eficiente a quienes menos tienen. Por ello, en el Senado de la República seguiremos trabajando y privilegiando el interés de la totalidad. Continuaremos siendo, como lo expresa Burke, la asamblea deliberante de una nación, y combatiremos a toda costa cualquier desviación que busque convertirnos en un Congreso de embajadores que defienden intereses distintos y personales.

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