Cuando un futbolista es consultado sobre si vestiría la casaca del acérrimo rival o si dejaría el equipo que le vio nacer, tras ponerse la mano en el corazón y jurar amor eterno, suele recurrir al tópico: “pero nunca se sabe lo que puede pasar”.

De entre todos los clichés repetidos en el planeta futbol, quizá ninguno más certero: el carácter imprevisible de ese mundo.

Dos años atrás, cuando el París Saint Germain trituraba el récord del fichaje más caro de la historia en una proporción jamás vista (más del doble respecto a la marca anterior, fijada por Paul Pogba), hubiese sido imposible pensar que, apenas al cabo de un par de temporadas, Neymar fuese a querer regresar al Camp Nou. Aunque, puestos a lo inesperado, mucho más lo habría sido visualizar que el Barcelona se tragaría su orgullo intentando recuperarlo o, incluso en mayor medida, que estando en el mercado Neymar no encontrase comprador.

Todo eso ha sucedido en escasos veinticuatro meses con el jugador que, se suponía, iba a relevar a Cristiano Ronaldo y Lionel Messi en el trono del balón.

El primer impedimento para que Neymar escapara de su jaula de oro parisina (Palacio de Versalles hecho petromillonariamente a su medida), ha sido su salario. Una operación de ese calibre no baja de los 400 millones de euros: al menos 150 en traspaso (suponiendo que se metieran a la misma jugadores), además de unos 50 millones anuales en sueldo para acercarse a la cantidad neta que le supone su contrato con el PSG.

¿De qué hablamos? Por un lado, casi del precio de un estadio. Por otro, de resquebrajar el orden en un vestuario, donde la mayoría saltaría al notar la diferencia de ingresos con la recién llegada estrella.

A eso se añade que, por su propia falta de compromiso, Neymar se ha convertido en una especie de bono chatarra. Si se le adquiere es a sabiendas de que incluye su pandilla de amigos (los Toiss), las comisiones del papá que encabeza el clan (“O pai de crack”), las escapadas al carnaval y demás cumpleaños familiares en Brasil, más un tobillo muy frágil y una marca muy desgastada.

En 2017, cuando el Saint Germain llegó a los 222 millones de euros, se sobreentendía que era a cambio de un futbolista que hace la diferencia como poquísimos en las últimas décadas. Hoy eso no está claro y por ello Neymar se quedará pese a haber estado en el mercado.

Cuando la Juve otorgó a Cristiano Ronaldo semejante salario pese a su edad, lo hizo con una garantía que Neymar no ofrece: su ética de trabajo. Esa es la primera gran diferencia que separa y separará al diez brasileño del Balón de Oro. Que con fantasía en los pies no basta.

Twitter/albertolati

Las opiniones expresadas por los columnistas son independientes y no reflejan necesariamente el punto de vista de 24 HORAS.