¿La gente está loca? No, la gente está manipulada
José Luis Sampedro
Cuando menos en algún momento de nuestra vida, todos hemos sido manipuladores y manipulados. Hemos logrado que otros hagan lo que queremos y/o hemos hecho lo que otros quieren reactivamente, sin una reflexión previa, en respuesta a diversas tácticas para inducir pensamientos y emociones, sean sutiles, como la sugestión, o directas, como el chantaje emocional.
En ningún momento, o apenas, somos conscientes de esto, pues lo aprendimos en la práctica, como una conducta aceptable, una forma normal de relacionarnos con los demás, generación tras generación.
Aunque el término se asocie generalmente con el control egoísta y malintencionado de otros, la verdad es que puede existir la manipulación benévola, aquella que hacemos por el bien de la gente, que no se da cuenta que está o puede ponerse en riesgo o en peligro.
Todos la conocemos y hemos practicado. Se distingue porque es necesaria para conducir u orientar correctamente a personas que por su edad, condición mental o educativa no comprenderían determinada información. Por ejemplo, portarse bien en el año para que Santa Claus nos traiga regalos en diciembre, es una de las mayores manipulaciones benévolas y colectivas de la cultura occidental.
Desafortunadamente, todos o casi todos continuamos manipulándonos unos a otros por el resto de nuestras vidas, porque no sabemos recibir un no de una persona adulta que pondera lo que solicitamos abiertamente y tiene libre albedrío para dárnoslo o negárnoslo, sea compañía, amor, dinero, reconocimiento, etc.
Parecería intrascendente hacer algún esfuerzo para contrarrestar esto, si ya nuestras relaciones funcionan así hace cientos de años y van bien, ¿o no? Pero conformarse con este estilo de vida significa que seguiremos siendo como ovejitas ante las manipulaciones malévolas o al menos egoístas de que somos objeto en materia de religión, política, mercadotecnia, sistema financiero e información, sobre todo ahora que la comunicación no tiene límites en el mundo, ni de fronteras ni de contenidos.
Piénselo, mientras más manipulador sea alguien, más manipulable es, porque la manipulación se convierte, inconscientemente, en el factor de reciprocidad en cualquier relación: te permito manipularme si te vas a dejar manipular.
No hay peor loco que el que se cree cuerdo ni peor manipulado que el que se cree autónomo. De la euforia o la ira de gente que no duda ni un poquito sobre su enajenación, está hecho el fanatismo.
Cuando se trata de la manipulación de masas, uno de los objetivos principales es eliminar la capacidad de autocrítica, introduciendo en un conglomerado de individualidades mentales, repetidamente (mientras más tiempo y más veces, más efectivo), diversas ideas que resultarán en la sugestión de que “tienes razón. Los que no piensan como tú están equivocados, y por eso son tus enemigos”, patrón mental que derivará en la ausencia de crítica cuando se trate de un “nosotros”, es decir, de aquellos que son como yo. Esos nunca se equivocarán, nunca mentirán, nunca serán deshonestos, porque para tener razón no se puede incurrir en ninguna de estas imperfecciones.
Y este es el panorama que, cuando escala de un grupo, a sectores sociales e incluso a poblaciones enteras, produce fanatismos, enfrentamientos, comportamientos violentos, impositivos y totalitarios, compras de pánico, explosiones colectivas vandálicas, etc, etc.
Este tipo de manipulación social, y por tanto de control, sea religioso, político e incluso deportivo, se logra en base a prejuicios que conducen a desprecio, indignación, odio y hostilidad en general.
Quien induce estas conductas siempre ofrece algo que el manipulado desea: justicia, dinero, venganza o cualquier otra cosa por la cual esté dispuesto a empeñar su dignidad. Como nadie quiere aceptar que puede empeñarla, es mejor el autoengaño, aceptar la sugestión del manipulador como pensamiento propio.
El manipulador, a su vez, necesita del manipulado para lograr sus propósitos, que pueden ser los de otro o los de su propia debilidad de carácter y su egocentrismo, de manera que también empeña su dignidad.
¿Algo de esto le suena?
delasfuentesopina@gmail.com
jhs