Occidente los usa, los aturde con el maléfico canto de las sirenas, promesas vacías de contenido, luego, inmediatamente después de que hayan servido sus intereses políticos, los tira, eso sí, sin dejar el insoportable cinismo de llamarlos “aliados”. Pasó un sinnúmero de veces en la historia y está pasando ahora mismo ante la indiferencia casi total de los grandes líderes del mundo.
Con unos 40 millones de almas diseminadas entre Turquía, Iraq, Irán y Siria, los kurdos son uno de los principales grupos étnicos de Medio Oriente, y aún no cumplen su sueño milenario de contar con su propio Estado. Junto a la coalición internacional liderada por Washington, como fieras han luchado contra los islamistas del Daesh en Siria, esos que ponían bombas en París, Niza o Bruselas. Han pagado con más de 10 mil combatientes en la feroz guerra para aniquilar el denominado Estado Islámico. Occidente ponía las armas, ellos ponían la sangre, en las primeras líneas del frente.
Recientemente el mundo, estupefacto, recibió la noticia de la retirada la las tropas de Estados Unidos de Siria, unos 2 mil 500 hombres. Así se le ofreció una ocasión más que perfecta a la Turquía de Erdogan, que no pensó mucho para lanzar una ofensiva militar por tierra y por aire contra los kurdos en el norte de Siria. Shock. Rápidamente entendimos con desamparo que Donald Trump le estaba dando luz verde a sus ambiciosos proyectos en la región. Porque Turquía tiene las llaves de acceso al Mar Negro, porque posee el segundo ejército de la OTAN y porque le da todo tipo de facilidades a las bases aéreas estadounidenses, de suma importancia a la hora de operar en Siria, Iraq, Irán del Norte y en el Mar Negro.
¿Un extraño sentimiento de “déjà vu”? Ni tan extraño. Hace ya un siglo, tras la Primera Guerra Mundial, los franceses, los británicos y los estadounidenses les dieron una puñalada por la espalda a los kurdos al no cumplir con la promesa de darles un Estado independiente. Lucharon, se desangraron, mostraron un valor indomable apoyando a los aliados. De nada sirvió.
El libreto se repitió durante la guerra estadounidense contra Sadam Husein en Iraq, en 2003. Otra vez los kurdos ofrecían sus muertos para facilitarle la tarea a Washington, cuando Turquía en esa ocasión mantenía cerrado su territorio para el paso de las tropas norteamericanas.
En el nuevo ajedrez geopolítico, Turquía puede seguir sin frenos sus aspiraciones neo-otomanas. ¿Se le puede complicar acaso? ¿Amenazas de sanciones económicas? ¿De embargo de armas por parte de Europa? Este tipo de gesticulaciones solo le hacen reír. Se siente intocable porque tiene de su lado no solo a la Casa Blanca (aunque ésta exprese su malestar por la situación), también otros grandes jugadores en la región, Rusia e Irán.
Y no olvidemos el cartucho más codiciado de Ankara contra cualquier crítica por parte de Europa: los más de tres millones de refugiados sirios que aloja en su territorio con el dinero de la Unión Europea. El argumento de Erdogan es simple: ¿algo ne les parece, estimados europeos? ¿Me quieren atacar? Pues en cambio tendrán que darle la bienvenida a una nueva oleada de fugitivos de la interminable guerra de Siria.