Las reglas no están para cumplirse en nuestro futbol. O no siempre. O no a menos que emerja una presión, casi un último recurso, que lo haga inevitable.
La principal razón por la que el club Veracruz no ha pagado a innumerables integrantes de su institución (jugadores del primer equipo, futbolistas de su cuadro femenil, jóvenes promesas, utileros arrumbados en un colchón bajo la cancha del Pirata Fuente) es porque le ha resultado posible hacerlo. Por ello, antes de hurgar en promesas de pago y dudar de garantías de buena voluntad, habría que centrarse en otra pregunta: ¿por qué abrió el torneo un equipo que no cumplió con las condiciones exigidas?, ¿por qué se sigue flexibilizando el reglamento?, ¿por qué donde dice que no se podrá se termina pudiendo?, ¿por qué se presta un futbol con afanes de ser de vanguardia a prácticas medievales, con un presidente o dueño imponiendo su voluntad como señor feudal sobre quienes evidentemente trata como lacayos?
Empezado este certamen, Fidel Kuri admitía sus deudas y explicaba que no tenía liquidez en ese instante para pagarlas. Punto, set y partido, ahí debió terminar la discusión: confesada la transgresión debió de utilizarse el reglamento pertinente y concluir que esa institución carecía del derecho para mantenerse en competencia.
Acaso sólo asumiendo que no iniciaría el certamen, el Veracruz hubiese pagado. O acaso no, pero al menos la legalidad prevalecería sobre la impunidad. ¿Cómo exigir a los demás equipos que sean responsables con sus finanzas y cumplan puntuales con sus compromisos contractuales? Imposible, cuando antes en la franquicia Chiapas se pagó cuando se quiso y si se quiso, cuando Veracruz es solapado ignorando todo código.
En otras culturas deportivas no es que la disputa de esta jornada se hubiera puesto en duda, es que el torneo ni siquiera hubiera empezado. Para ello son determinantes los rostros más visibles de la Liga MX. Los mismos propietarios del resto de los equipos, los mayores cargos federativos, tendrían que estar fastidiados de que se arrastre así la imagen de su producto; no importa la calidad de sus campañas y la ambición de sus proyectos, todo se desploma ante algo así. Al tiempo, los cracks más consagrados son quienes han de encabezar la amenaza de no jugar.
Cada que hay posibilidad de huelga en la NFL porque no se alcanza un acuerdo entre jugadores y dueños, aparecen en primera fila las figuras más notables. La última vez, por ejemplo, ahí estaban Tom Brady y el todavía en activo Payton Manning, pese a que las negociaciones eran sobre elementos retirados y novatos, algo que no les afectaba personalmente. ¿Esta vez? ¿Quién levanta la voz? ¿Cómo se unifican criterios?
El aficionado no tiene la culpa, pero aquellos a los que no se les paga tampoco. En todo caso, los dos son víctimas directas de la impunidad en nuestro futbol, mucho antes que de una directiva deudora. Y es que sin lo primero, no existiría lo segundo.
Twitter/albertolati