Esta semana, dos horrores. Primero, Michoacán: un contingente de estatales fue emboscado en Apatzingán por el Cártel Jalisco: 13 policías muertos.
La matanza estuvo rodeada, como es habitual, por declaraciones lamentables, desde las previas de Durazo, esas de que hay un “punto de inflexión” en cuanto a la violencia, hasta las de Sánchez Cordero, con aquello de que masacres de esas son “circunstancias” de todos los días, hasta la del Presidente, que dejó claro que seguirían con la “estrategia” y que estaba optimista.
No debería estarlo. Al día siguiente, en Tepochica, otro tiroteo dejó resultados muy parecidos y muy distintos: murieron 15 personas, pero solo un militar. Y es que los soldados, nos aseguran, respondieron al ataque y dejaron 14 muertos. En otras palabras, el Ejército desobedeció al Presidente.
No se le hizo mucho caso a la declaración, pero Sedena advirtió semanas antes que la historia, en adelante, se escribiría así; que siempre que sus efectivos estuvieran en riesgo, usarían las armas. Que no iban a seguir parando balas con el pecho, que es lo que al parecer se le pide a las fuerzas del orden. A pocas horas de lo de Tepochica –una masacre que pinta, mínimo, como a un uso de la fuerza desmesurado–, en Iztapalapa, los padres de familia de una escuela descargaron una lluvia de piedras y palos contra los policías, que se limitaban a caminar hacia atrás, cubiertos con los escudos. Una escena que parece un déjà vu. Semanas antes, otra lluvia, en la marcha de Ayotzinapa. Y es que es una tras otra. ¿Cuántas veces en los últimos meses hemos visto a uniformados golpeados, secuestrados, sometidos?
Las imágenes hablan de una estrategia que es moralmente inaceptable, pero que además no funciona. Inaceptable porque nunca, en ningún contexto, una figura de autoridad tiene el derecho de exigirle a nadie que sirva como escudo humano. Y que no funciona porque esta administración rebasó con creces el número de muertos que hubo en el mismo periodo con Calderón y Peña, y porque encima ya tiene una matanza en su haber.
Dije antes que con la 4T uno tiene que dedicarse a subrayar lo obvio. Lo obvio es que las fuerzas del orden no tienen por qué dedicarse a parar balas con el pecho. Lo obvio es que la condescendencia y el asistencialismo no detienen a sujetos acostumbrados a decapitar y tirar ráfagas en bares. Lo obvio, pues, es que si no hay una fuerza pública que apriete la pierna cuando hace falta, pero con método, con control, las balas terminan por pararlas los pechos de los civiles. Armados o no.