Un cineasta, ávido de superar la carga de absurdo de su último filme, desembarca en Veracruz.
Todavía no ha probado su café servido tan vistosamente ni entendido las intrincadas marañas políticas que enredan al estado, cuando decide que su argumento será de futbol. De inmediato, la historia se escribe por sí sola.
El guion comienza con la imagen de un grupo de muchachos entrenando para convencer a su entrenador de que pueden ganarse un puesto en la alineación titular. ¿En la alineación de qué equipo? De uno que dejó de existir. ¿Pero entonces para qué entrenan? Las redes sociales del club insisten que para la próxima temporada. ¿Temporada de qué? De un torneo del cual han sido desafiliados.
De hecho, piensa el realizador sin dejar de rascarse la cabeza, bien podría tratarse de un equipo fantasma. Su puntaje en la campaña anterior fue negativo, incapaces de compensar en la cancha las unidades descontadas en el escritorio. Por si eso no bastara, para cuando los jugadores entran a los vestuarios, ya trascendió que sus cotejos disputados en el último certamen no fueron y se borran de la tabla de cocientes (utilizada para un descenso que, dicho sea de paso, ya tampoco es). ¿Y aquella primera victoria? Nada. ¿Y aquel cotejo en el que les anotaron a media protesta pasiva? Tampoco. ¿Y todo cuanto se hizo sobre este césped que desvaneció seis meses de historia? No, pudo suceder ante miles de testigos, aunque en realidad no sucedió.
Seis meses en los que el Tiburón Rojo vagó cual espectro por la Liga Mx, especie de Comala donde olvidaron avisar al muerto de que había perecido –o fue, más bien, que el muerto se negó a admitir que ya había transmutado en esa condición.
¿Comala? De inmediato el cineasta copia y pega un diálogo del libro de Juan Rulfo que compró más temprano ante el malecón: “Exígele lo nuestro. Lo que estuvo obligado a darme y nunca me dio. El olvido en que nos tuvo, mi hijo, cóbraselo caro”. Frase idónea de los jugadores hacia Fidel Kuri el propietario, hacia los dobles contratos, hacia el desamparo que ahora espera a los más jóvenes y menos reputados. Así, esos chicos que, como sea, han entrenado.
La tarde anterior un abogado de la federación se quedó ante la reja del estadio, sin poder entregar el documento que certificaba que el club Veracruz dejó de ser. Una antes, el dueño del equipo (o ex equipo) fue privado del acceso a la federación. Sin-sentidos, todos, acontecidos frente a micrófonos y cámaras, el reality show de nuestro futbol a lo que da, incluido el momento en el que un apoderado legal sale nervioso a leer al directivo el mensaje que desvanece de la faz de la tierra al Tibu.
Para cuando el sol empieza a bajar detrás de San Juan de Ulúa, el cineasta está listo para volver a su barco. Si añade un gramo más de absurdo, la historia perderá verosimilitud. Sólo le queda como duda, más para su curiosidad que para su argumento, por cuánto tiempo más entrenarán quienes han de convencer a su entrenador de jugar con el cuadro que ya no jugará.
Twitter/albertolati