Son sorprendentes las maromas que pueden pegar las tropas presidenciales para tratar de zafarse de su responsabilidad de no haber dado resultados durante todo un año de gobierno.

A niveles de risa, como el obediente encargado del departamento de aprobaciones legislativas que dice que la inseguridad que hoy padecemos en México es culpa del Gobierno que tomó el poder ¡hace más de doce años!

O el premio que da la 4T a las autoridades de la capital del país por levantarse temprano a las reuniones de seguridad locales, pero la Ciudad de México está en el penúltimo lugar de percepción de inseguridad por parte de sus habitantes, porque de acuerdo con el Semáforo Delictivo, el 90% de ellos considera insegura la ciudad para vivir.

Y ni hablar de los actos circenses para presentar la economía como exitosa. Subir salarios por decreto no es éxito. El peso en menos de 19 por dólar, no es desarrollo.

Mantener las perspectivas positivas es algo fundamental para que un Gobierno pueda dar buenos resultados. Porque en la medida en que se deteriora la percepción ciudadana sobre el desempeño de sus autoridades, más difícil se vuelve convencer de la bondad de determinados actos de autoridad.

Fue lo que le sucedió al Gobierno pasado, con una muy amplia ayuda de sus opositores, esos que hoy gobiernan, las expectativas del desempeño del gobierno de Enrique Peña Nieto se fueron al suelo y ya no valió absolutamente ningún acierto lo que pudo haber tenido.

Cuenta, claro, la impericia de su pésimo equipo de comunicación, que dejó morir anticipadamente ese sexenio en la propia inhabilidad del entonces Presidente para comunicarse.

El gobierno del presidente Andrés Manuel López Obrador es muy eficiente para comunicarse con sus seguidores, el carisma del mandatario es algo pocas veces visto en la política mexicana. Y la estrategia de descalificar a quien piensa lo contrario ha permitido a la 4T crear la idea de que ellos son infalibles y de que las críticas son, siempre, de mala fe.

Pero aun con una clientela política tan fiel, no hay Gobierno que pueda mantener su popularidad si no hay resultados. Y peor aún, si hay deterioro de las condiciones de vida de sus gobernados.

Echarle la culpa de la corrupción a Hernán Cortés o de la inseguridad actual a Felipe Calderón dejará de alcanzar cuando la vulnerabilidad supere la ilusión de una cuarta transformación.

Y en materia económica eso ocurre cuando una desaceleración económica alcanza al ingreso familiar. No hay popularidad presidencial que aguante un aumento del desempleo.

El 2020 debe marcar un punto de inflexión en materia de desempeño económico, hay que regresar al crecimiento. También en temas de seguridad, debe haber resultados de la estrategia gubernamental o bien un cambio de ella.

No tanto por la popularidad del movimiento político-partidista del Presidente, sino por el bien de todo el país. Y de paso para dejar de ver tanto circo, maroma y teatro de los subordinados presidenciales.